—¡No dejaré que te
metas! —me informó él— Tú no.
—¿Y qué esperas que
haga? —le pregunté parándome cruzada de brazos mirándolo con ganas de pegarle
por cuidarme como una niña de tres años. No iba a quedarse así. Quien le pegó
iba a pagármelas, sea quien sea— Hace dos semanas salí de la cárcel y estoy en
el Clan. Tienes prohibido mentirme diciéndome que no tienen nuevos negocios que
yo pueda hacer, ¿pero qué es lo que haces? Cuidarme el trasero como si yo no
pudiera hacerlo sola. Soy una criminal, Justin, no viviré encerrada aquí el
resto de mi vida —sus ojos me miraban frívolos detrás de algunos golpes.
—¡Solo vete y
enciérrate en la habitación! —me exigió con voz firme casi a los gritos— Cuando
termine de resolver unas cosas y hable con Chaz voy a hablar contigo, pero
mientras tanto te quiero aquí, ¿venga?
—¿Quién puta te
crees, Justin Bieber? —definitivamente, mis nervios estaban todos encendidos,
listos para atacar— ¡Ya cierra tu maldita boca y deja de tratarme como una
niña! Te advierto que lo único que lograrás haciendo esto es que te odie.
—Pues, ódiame —me
sugirió—, pero te estoy protegiendo. Ahora vete a la habitación o te llevaré yo
mismo —lo miré fijamente, no me intimidaba, ni yo a él.
—¡No me iré una
mierda! —grité desesperada— No hasta que me expliques qué diablos está
sucediendo Justin.
—Por favor,
___________(tu nombre) —oí la voz de Chaz hablar mientras entraba a la sala en
pijama aún, con cara de mal humorado y su cabello revuelto—. Déjame a solas con
Justin, luego hablaré contigo.
—Quiero una explicación
—hablé con severidad para luego retirarme de la sala.
Narra Justin:
No quería tratar
así a ___________(tu nombre), pero honestamente no quería ponerla en peligro y
conociéndola, si le contaba las cosas lo primero que ella haría sería meterse
en graves problemas.
—¿Qué diablos pasó,
Bieber? —me preguntó Chaz sentándose frente a mí.
—Rebbeca, eso pasó —musité
entre dientes—. Lo peor es que no puedo pegarle.
—¿Qué hizo?
—Se metió en mis
negocios —solté resoplando por la nariz. Me dolía todo—. Se lo advertí, Chaz.
Ella quiere pelea y pelearemos.
—¡Mierda, Bieber!
¿Cuántas veces pasará lo mismo? —Chaz estaba enojándose y no entendía por qué—
Dijimos que tomaríamos negocios tranquilos,
hasta que ya tomamos los que nos traerían problemas. Dijiste que todo
estaría bien, ¿y qué sucede? Rebbeca nos cagará todo, ¿lo tienes? ¿O quizás
solo no quieres entenderlo? —no entendía directamente a qué hacía referencia.
—Los negocios son
nuestros, Rebbeca está metiéndose sin códigos. No tiene escrúpulos —hablé con
seguridad. El dolor se volvía insoportable con cada segundo que pasaba.
—Y tú tampoco —dijo
Chaz negando con la cabeza—, ¿por qué te fuiste a hacer negocios tú solo? Dime.
—Porque siempre es
así —me encogí de hombros a duras penas—. Si el negocio es tuyo, lo haces y ya.
—Sabemos que
Rebbeca está esperando una pequeña debilidad nuestra para destruirnos, ¿crees
que es lógico que vayas solo a los negocios? —los ojos de Chaz me miraban
odiosos, con furia— ¿Ahora qué vas a decirle a ___________(tu nombre)?
—No lo sé —pensándolo
bien, era peligroso—. Rebbeca va detrás de ella, no puedo arriesgarme a que le
haga daño.
—No puedes
protegerla de todo, Justin —me recordó Chaz—. Entiendo que la ames y que no
quieras que le hagan daño, pero la vida que tenemos es peligrosa y ella debe
defenderse por sí misma.
—Tú sabes cómo es
ella —le recordé a Chaz—. Irá y hará una locura, ¡No puede saberlo, Chaz!
—¡No eres inmortal,
Justin! —me recordó Chaz con una sonrisa irónica en su rostro. Mi ceño se
frunció, sentía ira, lo admito—. Si un solo miligramo de polvo bien puesto
atraviesa tu cuerpo mueres. Es así, ¿lo recuerdas? —preferí guardar silencio—.
Rebbeca no dudará en matarte, ella nos odia. Empezando por ti.
Narra
___________(tu nombre):
Las cosas no
estaban funcionando. Notoriamente había cosas por poner en su lugar y sabía que
tenía que hacerlo a espaldas de Justin, porque si él se enteraba que
enfrentaría a quien sea para poner las cosas en orden, no me dejaría hacerlo.
Abrí la puerta del
baño de la habitación con fuerza, tenía odio, rabia. Hacía muchísimo tiempo no
se me cruzaba por la cabeza hacer lo que estaba a punto de hacer, pero para
arrepentirme, ya no había tiempo y era tarde. Suspiré y abrí la pequeña puerta
del botiquín del baño, tomé una de las cuchillas y la miré detenidamente. No me
sentía débil y vulnerable. Simplemente me sentía acorralada. Ya no le
temía a los problemas, es más… quería
enfrentarlos; pero lo que menos me dejaba hacer Justin era eso. Él simplemente
esperaba mantenerme a “salvo” en una cajita de cristal y listo. Era una
estupidez.
Tomé la cuchilla
con precisión entre mi dedo índice y mi dedo “gordo”. Esta vez, a diferencia de
todas las veces anteriores, no estaba llorando. Solo sentía furia, impotencia,
rabia; una mezcla de sentimientos creada por el mismísimo diablo, una mezcla
que Dios aborrecería. Aunque pensándolo dos veces, Dios me aborrecería a mí en
mi totalidad, porque soy una cerda asquerosa, aliada de su enemigo, el diablo.
La sangre recorría
mi brazo en un corto camino, hasta gotear pesadamente sobre el perfecto blanco
cristalino del lavabo del baño. Mis ojos se humedecieron, no de tristeza,
naturalmente fue del dolor producido por los cortes que me había hecho.
Luego de unos
minutos sequé mis lágrimas, abrí el gripo, enjuagué mi brazo e hice que la
sangre del lavabo se fuera. Abrí la puerta del baño un poco más calmada que
antes, pero tenía que averiguar qué puta estaba pasando. Decidí ser paciente y
frívola, aunque me costara un horror el solo pensarlo. Me senté en el borde de
la cama esperando a que Justin o Chaz entraran a decir una explicación lógica
de qué diablos había pasado para que Bieber llegara así. Pero, algo más pasó.
El teléfono que Justin me había dado hacía unos días, el cuál cabe mencionar,
casi no usaba, comenzó a sonar sobre la mesa de noche. Me puse de pie, lo tomé
entre manos y atendí, aunque el hecho de que me llamaran era raro porque nadie
conocía sobre la existencia de ese aparato en mi posesión.
#Vía telefónica#
—¿Hola? —hablé, hacía tiempo no hablaba por
un celular. Ya se me volvía tedioso. Tranquilamente podía vivir sin uno de
ellos.
—Veo que no sabes quién habla —dijo con un
tono altruista la voz de una mujer del otro lado del teléfono.
—Pues, creo que aún no poseo el don de
adivinar —mascullé con sarcasmo. Al parecer no era alguien a quién le agradara
mi existencia, por lo que rápidamente deduje que a mí tampoco me importa la
suya, mucho menos me alegra.
—Soy la persona que ha empezado a cagarte la
vida el mismo día en el cuál te uniste a ese jodido Clan —sonreí divertida.
—Qué patética eres, Rebbeca —solté entre una
risa burlista—, ¿llamar para amenazarme? ¿Qué dirás? ¿Qué vas a matarme? Venga,
¡Qué original y valiente eres, tía! Unos cojones increíbles —hablé con
sarcasmo.
—Solo ten cuidado con Justin, primor.
—No metas a Justin en esto —solté entre
dientes. Mi furia había vuelto a crecer—. Él no tiene que ver una mierda entre
nosotras dos —o quizás sí, pero debía defenderlo.
—Esto debería ser al revés —habló ella.
Arqueé una ceja, aunque no pudiera verme—. Él debería defenderte a ti. Pero con
esto demuestra que es un maricón (miedoso), ya que se deja defender por su
propia novia —rió burlista—. Estar con Justin te vuelve patética. Una
perdedora.
—Esto que haces tú a ti te vuelve una
inmadura —hablé intentando sosegarme—. Insultar a alguien por medio de un
teléfono es una estupidez, ¡pero tranquila! —exclamé irónica— Entiendo que no
tengas los cojones suficientes como para decírmelo en la cara. La última vez
que eso pasó, terminaste con tu nariz golpeada. Créeme que si vuelve a pasar,
no solo tu nariz terminará golpeada. Golpearé hasta tu reputación, aunque de
eso ya me encargué.
—No te tengo miedo, bonita —sonreí
divertida. Quería tenerme miedo y lo haría.
—Es increíble, ¿no? Porque ese día en la
taberna en vez de devolverme el golpe, solo huiste de ahí —porque,
honestamente, era lo que había hecho aquella mañana.
—¡Yo no huí! —intentó defenderse.
—Quizás no me temas ahora, Rebbeca. No es de
mi interés, pero sé que después de que sepas y estés segura de que voy a hacer
volar a tu pandilla pateándoles sus traseros, uno por uno, clamarás porque te
deje en paz. No sabes con quién estás hablando por teléfono ahora mismo, tenlo
por seguro…
—Tú no sabes con quién te estás metiendo,
borrega —me interrumpió. Ella no se oía audaz e irónica, más bien furiosa y
desprolija—. Tú serás la que deba pedir ayuda y pedirás que me apiade de ti.
Cuida tus espaldas, primor. Cuídalas mucho.
—A diferencia de ti, Rebbeca, yo no te temo
y jamás te temeré —carraspeé y solté una risa irónica—. Nadie debería temerte,
porque no tienes muchas cualidades que lo ameriten. Eres una perra.
—Te lo repito, cuídate.
—Lo que digas, primor. Lo que digas —sentencié
con sarcasmo para colgar el teléfono.
#Fin vía telefónica#.
Definitivamente, no
temía por ella. Me daba demasiado bajo que llamara para decir que me cuidara,
porque era un acto de cobardía total. Yo no iba a temer por sus estúpidas
palabras, pero ella sí debía de temer por mis acciones. Solté mi teléfono sobre
la cama, otra vez sentía odio y resentimiento, ¡Rebbeca la estaba cagando!
Justo en el momento que dejé caer mi teléfono la puerta de la habitación se
abrió.
—¡Venga! Ten —dijo
Chaz desde la puerta y me aventó una navaja suiza y un teléfono desechable
dentro de una bolsa. Miré confundida lo que había allí dentro.
—¿Y esto qué
demonios significa? —le pregunté con la bolsa abierta en mano mirándolo a él.
—Querías salir a
negociar, eso harás —me explicó brevemente—. Bajemos al despacho, te explicaré
qué hacer.
Sin protestar ni
decir nada, tomé camino detrás de Chaz. Me inquietaba saber qué había pasado
con Justin y de eso mismo hablaría en el despacho. Cuando entramos tomamos
asiento uno frente al otro separados por el enorme escritorio de algarrobo.
—¿Qué pasó con
Justin? —me atreví al romper el silencio— Me deben una explicación.
—Quizás él, yo no —habló
con seguridad Chaz—. Deberás entender algunas cosas, como no mezclar los temas.
Estás en trabajo, tu vida personal a parte, ___________(tu nombre), es básico.
—Vale —acepté
frunciendo el ceño—. Escupe qué debo hacer y listo, Somers —ya me había
cabreado.
—Debes ir y meterte
en la dirección del hotel que te daré, deberás conseguir el microchip que está
en la habitación presidencial del último piso, lidiando con el mafioso de allí
dentro, ¿lo tienes? —yo asentí tranquila.
—Es pan comido —me
levanté de la silla—. Dame la dirección y hoy mismo tendrás esa mierda —Chaz
sonrió complacido pasándome una hoja escrita de su agenda y las llaves del
auto.
—Confío en ti.
Subí a la
habitación sin encontrar si quiera un rastro de Justin, poco me importó. La
adrenalina ya corría rápidamente por mis venas al pensar en el peligro. Definitivamente,
comenzaba a amarlo. Metí un par de vestidos y unos zapatos en una mochila y
bajé hacia el auto. Debía ir preparada y Chaz ya me había ambientado al lugar
sin dar muchos detalles, aunque me imaginaba en qué iba a meterme.
Arranqué el auto y
marqué la dirección en el GPS, tenía al menos dos horas de viaje. Encendí la
radio y comencé a viajar al ritmo de Pink Floyd, una de mis bandas favoritas.
Sabía que el negocio no sería demasiado difícil, tampoco fácil, pero tenía
demasiadas ganas de ir al lugar y hacerlo.