—¿Y tú qué mierda
sabes de la vida? —cuestioné con rabia— Si solo eres una puta drogadicta, ¿o
ahora porque estás casada crees que eres una señora hecha y derecha, Miley? Has
cometido el peor error de tu vida con decirme lo que acabas de decirme. Sabes qué,
vete. No quiero verte jamás en mi vida —nunca—. Ve a New York, haz lo que te
plazca, dile a Zayn dónde estoy, cuéntale que soy una puta que ha escondido su
verdad durante dos años y también dile que es un imbécil y que jamás lo amé.
Solo lo utilicé para cubrir mi trasero. Anda, ve. Compórtate como lo que eres,
una zorra —ella se puso de pie sin inmutarse y salió de la casa.
Jamás me había
sentido más devastada. Miley había sido parte de mi vida, mi mejor amiga, la
única persona que jamás se había puesto en plan de juzgarme, al menos no hasta
ese día. Saber que me temía, quizás de todos, fue el golpe más grande de mi
vida. Que tú mejor amiga te diga que tiene miedo a que la mates, es una gran
mierda. Duele, como jamás nada ha dolido y eso es preocupante, porque más allá
de doler comienzas a odiar. Estaba hundiéndome otra vez. Esta vez no sería nada
fácil que saliera ilesa. Estaba segura.
…
Una semana después.
…
La visita de Miley,
casi milagrosamente, no había tenido demasiada repercusión. Justin se conformó
con saber que ella vino a reclamar solamente por mi huída. Zayn, al parecer,
todavía no tenía datos de mí. Y si los tenía, estaba demasiado quieto esperando
el momento para atacar. El Clan estaba pacífico aún. Sobre Paco y su muerte,
ninguna noticia nos había llegado. Estábamos tranquilos, podríamos decir.
Había llegado el
día más esperado por cualquier persona del mundo, el cual yo aborrecía con todo
mi ser. Tomé una ducha al despertar, supuse que Justin estaba con Ade abajo
cuando yo desperté. Ellos se adoraban, muchísimo. Me cambié así http://www.polyvore.com/cgi/set?id=103970143&.locale=es, peiné mi cabello y lo dejé caer libremente
y me maquillé como siempre, delineador negro, labial oscuro y rímel. Me llené
de coraje, quizás, y bajé.
—¡Feliz cumpleaños,
mamá! —exclamó Ade y se acercó a abrazarme con fuerza. La amaba.
—Gracias, mi
pequeña princesa —le sonreí y besé su frente, ella devolvió el gesto en mi
mejilla. Era demasiado linda.
—Hola, mi amor.
Feliz cumpleaños —murmuró Justin y por primera vez desde que vivíamos juntos me
besó delante de Ade. Ella no dijo nada.
—Gracias —murmuré
algo apenada, tal vez—. Enserio, gracias —les sonreí a los dos.
—Te amamos —sonreí
explotando de felicidad cuando mi preciosa hija dijo eso. La amaba, y amaba a
Justin por darme tal regalo como era Adelaide.
—Bueno, pero te
tenemos una gran sorpresa —me anticipó Justin—. Por empezar, te hemos preparado
un desayuno especial —yo dirigí mi mirada a la mesa, la cual estaba repleta de
cosas riquísimas.
—¡No debían
hacerlo! —musité sentándome en una de las sillas, Ade se sentó a mi lado y
Justin frente a nosotras.
—Pero aún no es
nada —me afirmó él.
—¡Hay sorpresas! —comentó
Ade divertida. Ella amaba las sorpresas.
—Oh, ¿enserio? —sonreí—
¿y cuáles son, cariño?
—¿Qué dices,
princesa? —le preguntó Justin a Adelaide— ¿Se las digo?
—¡Solo una! —habló
con algo de picardía la niña. Definitivamente, era el vivo retrato de Justin en
miniatura y versión mujer.
—Está bien.
—¡Qué malos! —protesté,
ella soltó una risilla— Pero bueno, cuéntenme de qué se trata.
—Ade me dijo que
nunca habías celebrado tu cumpleaños —en sus años de vida, realmente no. No me
sentía demasiado viva como para hacerlo—. Y como sé que tienes una gran pasión
en la vida que es la música iremos al centro. Hay una convención de libros y CD’s
clásicos, ¿qué me dices? —esbocé una enorme sonrisa.
—No deben hacer
todo esto por mí —les recordé. Justin me miró divertido.
—Y esto recién
comienza. Ahora desayunemos, así partimos pronto. No queremos llegar tarde.
El mejor regalo de
cumpleaños que podía haber recibido era levantarme y verlos a ellos dos juntos
y felices, tal como padre e hija. Realmente, era lo que había soñado desde el
día en que Adelaide había nacido. Vernos juntos, a los tres, como una verdadera
familia. A pesar del peligro, de los problemas, de todo, estábamos lográndolo y
ese era el mayor y más lindo regalo de cumpleaños que tendría en la vida. Mi
familia.
Luego de desayunar
partimos camino al centro. Realmente, estaba feliz como en muchísimo tiempo no
lo estaba. Justin aparcó unas calles antes de la feria, así que bajamos y
comenzamos a caminar. Él llevaba a la niña en brazos y con su otra mano me
llevaba tomada a mí. Compramos algunos CD’s, unos libros de cuentos para Ade y
Justin se llevó unos vinilos de colección de bandas como The Who. Almorzamos en
un restaurante del centro entre risas y anécdotas divertidas de nuestra niñez,
jamás la había pasado tan sencillo y divertido con Justin. En realidad, él
había cambiado. Estaba logrando el cambio que yo había sufrido hacía dos años y
medio, cuando tuve a Ade.
Luego del almuerzo
regresamos a casa. Vaya a saber qué prepararían ahora para este “gran día”. Ade
estaba dormida, en realidad se había cansado y no la juzgo, caminamos mucho.
Justin subió y la dejó durmiendo en la recamara, para luego regresar a la sala.
—Gracias —musité
cuando él entró—. Realmente el mejor regalo de cumpleaños es estar los tres
juntos, como una familia —él me sonrió acariciando mi mejilla mientras se
sentaba a mi lado.
—No hay nada que
agradecer, mi princesa —me informó dulcemente—. Aún así, esto no termina
todavía —lo suponía.
—¿Por qué siempre
exageras tanto? —pregunté divertida— Sabes que odio el hecho de estar
cumpliendo veintitrés hoy.
—No tiene nada malo
tener veintitrés —me anticipó frunciendo el ceño, yo solté una pequeña risa.
—Venga, ¿y qué
sigue? —le pregunté. Él sonrió pícaramente.
—Me odiarás por
esto, ¿no? —yo me encogí de hombros.
—Depende qué sea —le
respondí. Él se puso de pie y caminó hasta detrás del sillón individual y de
allí sacó mi antigua guitarra acústica—, ¿qué demonios? —logré preguntar
mirándolo incrédula.
—Lo sabía —sonrió
victorioso.
—¿De dónde la has
sacado? —pregunté tomándola entre mis manos. Era uno de mis mayores tesoros, el
cuál consideraba perdido hace mucho tiempo.
—Pues —pasó saliva
y se sentó a mi lado—… cuando te fuiste de la guarida, hace unos cuantos años
ya, se quedó ahí. Te la habías olvidado. Siempre supe que debería dártela alguna
vez y creo que hoy es la ocasión perfecta, ¿no, cariño? —mis ojos se llenaron
de lágrimas y yo estaba repleta de recuerdos.
—Nada ha sido
fácil, ¿verdad? —él suspiró y acarició mi mejilla secando mis lágrimas.
—Ni parecido,
siquiera —confesó tenue—. Pero estamos juntos.
—Solo necesitaba
alguien que me empuje un poco más —confesé—. Creía que podía llevármelo todo
por delante, la cárcel había sido el pozo más oscuro y ¿sabes algo? —sonreí
triste al recordar mi pasado—, en realidad jamás he salido de allí, ni siquiera
ahora.
—Jamás has hablado
de ello —Justin tenía razón y recordaba que algún día le prometí hacerlo cuando
me sintiera cómoda.
Nunca me sentiría
cómoda para hablar de eso. Sin embargo, algo en mí me decía que era momento de
abrir esa herida para curarla, porque si seguía así terminaría por matarme. No
quería morir.
—Fueron los dos
años y los seis meses más horribles que pude padecer —y recordaba todo a la
perfección—. Empezando por la comida y terminando por la conciencia. Llegué al
punto de creer que lo mejor hubiese sido morir allí dentro, era un reclutadero
de víboras, y lo más triste era que yo pertenecía a la rama de las más
venenosas. No hablaba con nadie, solo pensaba en Ronan y en su expresión si
hubiese conocido mi destino, en la mueca victoriosa de Jenn al morir mientras
yo cantaba victoria en vano, porque en realidad empezaba a hundirme como el
Titanic pudo hundirse algún día —o peor aún, porque lo hacía más lento—.
Canalizaba todo a través del boxeo y allí dentro me hice fama de destructora,
quién se metiera conmigo salía herido, pues así lo cumplía. Yo… —suspiré y
sonreí melancólicamente intentando no llorar—, no les temía. Todos me temían a
mí. Estaba sola y no quería cambiarlo —lo recordaba perfectamente—. Pensaba en
ti, en qué pensarías de mí, si me habrías olvidado, si me amarías aún. Pensaba
en Miley, en cuán decepcionada se sentiría. Pensaba en Cait, en el dolor y la
lástima que me tendría. Pensaba en Samanta y en su seguridad, en si alguien aún
querría hacerle daño y solo lograba odiarme más y más —las lágrimas comenzaron
a caer.
—No sigas si no
quieres —me ofreció Justin—. Te he aceptado como eres, sin saber todo esto. No
voy a juzgarte.
—Entonces, ¿sabes
qué pasó? —las lágrimas caían más y más rápido— Pensé en que tal vez sí me
amabas aún, en que esperabas por mí afuera. Y fue allí cuando las noticias
comenzaron a llegar. Supe del Clan, de tu liderazgo, de que estabas metido en
eso aún y deduje que lo hacías por mí. Me propuse ser el peligro mismo, aceptar
mi puto destino y al salir de allí destruirlo todo a mí paso. Todo lo que me
hiciera mal, debería irse —confesé—. Incluso esa filosofía llegó a destruirme,
todo estaba mal cuando salí. Tú y yo, ya creí que no funcionaríamos jamás. Realmente
cada día que pasaba junto a ti me sentía presa, porque creía que la libertad al
salir iba a ser pelearme con todos, matar a quién quisiera y ser una perra
patea traseros —sonreí irónicamente—, no podía entender que en realidad… —suspiré—
lo que me pasaba era un exceso, no de drogas o alcohol, como antes. Sino un
exceso de odio, de furia, de culpa. Te destruí, eso hice. En vez de destruir a
quienes odiaba, destruí a quién amo y me amó con locura.
—Quien te ama con
locura —me corrigió interrumpiéndome mientras tomaba mi mano.
—Quizás solo era
parte de crecer, o prefiero creer eso. Simplemente, destruí unas cuantas
páginas de esta historia y duele, ¿sabes? De solo pensarlo me duele —le
confesé.
—No las has
destruido —habló él mirándome—, solo están escritas con palabras que jamás creí
que usaríamos. Con oraciones oscuras, tal vez con tinta mal usada. Pero… eso no
lo hace malo, ¿sabes? Porque el libro continúa y estamos escribiendo la mejor
parte y falta aún. Falta el final feliz, ¿sabes? Porque tendrá uno de esos, lo
sé —mis lágrimas caían rápidamente, pero eran de emoción esta vez.
—Gracias, Justin —él
me sonrió—. Gracias por curarme tantas veces.
—Te amo, siempre lo
haré, siempre voy a curarte, nena —acarició mi mejilla.
—Te amo —besé
fugazmente sus labios—. Siempre voy a amarte, Justin. Siempre.
—Oye —musitó—… con
todo esto me he olvidado de lo que iba a hacer —arqueé una ceja algo
confundida.
—¿Qué harías? —le
pregunté.
—Mmmh —me sonrió
levemente y acarició mi mejilla. Adoraba su tacto, debía admitirlo—, iba a
pedirte que me cantes algo.
—¿Cantar? —cuestioné
divertida y negué con mi cabeza— Ya no lo hago.
—¿Cómo que no? —me
preguntó— Has cantado en el casino y también antes en el antro —me recordó
mirándome inquisitivamente.
—No es lo mismo,
¿sabes? —suspiré y sonreí amargamente— cantarte, cantar así… —miré la guitarra—,
no es lo mismo. Es el pasado.
—Uno el cuál te
hace quien eres —me recordó y sí, tenía razón—. Vamos, cántame algo —insistió.
—Creo que va a
gustarte —musité intentando hacerlo bien esta vez.
Tomé la guitarra
entre mis manos, como si fuera a tocar, después de todo era lo que haría. Me
traía tantos recuerdos, como las veces que huía de casa a tocar en el subte o
mis presentaciones en el centro cuando solo era una adolescente adicta a los
alucinógenos. Demonios, ¡qué pasado horrible! La cicatrices aún estaban allí,
tal cual siempre. Aún dolían y no física, sino moralmente cuando las veía en
mis brazos. El placer y la descarga que me producía quemarme con un cigarro o
pasarme la navaja por mis brazos, jamás había tenido una explicación lógica.
Nunca.
Canté la canción
que le había escrito hacía tiempo (http://www.youtube.com/watch?v=bjoaFK744mc). Los ojos de Justin estaban clavados en mí
con atención, como si buscara descifrar algo en mí. Siempre había sido así, desde
que lo conocí y jamás le pregunté qué buscaba. Debía hacerlo.
—Young &
Beautiful —comentó y sonrió levemente acariciando mi mejilla.
—Siempre me pareció
extraño que me miraras de esa manera —él arqueó una ceja mirándome divertido—.
Buscas algo en mí, ¿qué es? —fui directa, lo sé.
—Tus ojos —respondió—.
Tus ojos son algo bastante peculiar en ti. Jamás dicen nada.
—¿A qué te
refieres? —pregunté confundida. Su respuesta no había sido nada coherente. Al
menos, no para mí.
—Los ojos de una
persona siempre reflejan algo —comenzó por introducirme al tema—. Expresan
algún sentimiento, o al menos un indicio de ello. Desde que te conocí, jamás
pude descifrar algo concreto en tus ojos. Son dos lagunas oscuras y
misteriosas. Creo que es lo más sexy que he visto en el mundo, pero lo más
desesperante a veces —sonreí divertida. Bieber estaba loco.
—Mis ojos son
normales —le recordé—. Solo aprendí a no expresar nada, es eso.
—¿Y por qué es así?
—me preguntó— Me desespera.
—El dolor me hizo
lo que soy, incluyendo eso que tú admiras y aborreces al mismo tiempo —le
respondí—. Odiaba que descifraran que tenía miedo, que estaba apenada o que
quería a alguien o algo y me dolía lo que me hacían. Simplemente, debía
esconder tanta mierda y encontré la forma. Supongo que Jenn me lo pasó en los
genes —ella era igual en ese sentido.
—Ella también lo
hacía —recordó Justin. Yo asentí sonriendo amargamente. Odiaba recordarla,
mucho más saber que algo de ella quedaba en mí aún.
—Sí —afirmé—. Sin
embargo, yo siempre pude descubrir que había en sus ojos celestes —solté
orgullosa—. Supongo que entenderme a mí misma haciéndolo, me proporcionó la
ventaja de leer sus ojos también. En eso éramos iguales, y me da asco decirlo —confesé.
—Después de todo
fue tu madre —elevé mi vista para mirar a Justin duramente.
—Jamás lo repitas —le
exigí—. Es lo último que quiero oír en lo que me queda de vida. Ella está
muerta, siempre lo estuvo para mí.
—Si no la sueltas,
no sanas la herida —cada palabra que decía me metía un poco más en la
oscuridad. Estaba comenzando a desesperarme.
—Si la suelto,
purgará su alma. Dios perdona, irá al cielo. Pues, lo que yo quiero es que se
queme en el infierno toda la eternidad. Y si tengo que ir a ese mismo lugar
para verla pagar y que lo haga del modo que merece, lo haré —sonaba demasiado
frívola. Hacía demasiado tiempo no hablaba así. Pues, Ade me había llenado de
luz—. No me importará sufrir más. Ya es parte de mí.
—No hables así —me
exigió Justin con seriedad—. Odio escucharte hacerlo de nuevo. Te amo y no
dejaría que seas una puta resentida toda tu vida, ¿olvidas quién lo hizo?
¿Recuerdas como terminó? —pasé saliva.
—Adelaide jamás me
mataría, ¿sabes por qué? —clavé mis ojos en los suyos—, porque la amo y jamás
le haría daño.
—Sé que eso no
pasará —me aseguró—. Después de todo, no eres Jenn.
—Ojalá pudiera no
llevar su sangre —deseé—. La odio.
—Sé que eso algún
día cambiará, tengo fe en que puedas llenarte de luz todavía —sus palabras
habían pegado bajo en mi corazón. Demonios, odiaba esa cursilería y
positividad. Me destrozaban. Yo sabía que eso no sucedería.
—No sé si ese ser
existe aún —mi negatividad era mucho más fuerte que yo.
—Adelaide sí
existe, ella lo logra —me afirmó sonriéndome levemente y acarició mi mejilla
luego.
—Jamás te lo dije —titulé
lo que seguía—, pero debo hacerlo. Gracias, Justin. Gracias por darme una hija
maravillosa —sus ojos se llenaron de lágrimas rápidamente, de orgullo tal vez.
—Te amo —murmuró—.
Y gracias a ti, por hacer que yo dejara de ser un hombre moribundo —sonreí algo
divertida y rápidamente me senté en su regazo frente a frente con él, rodeándolo
con mis piernas.
—¿Mi hombre
moribundo quiere despertar? —susurré sensualmente a su oído.
—Es lo único que
quiero en este momento —susurró mientras su respiración pegaba contra mi
cuello. Amaba que hiciera eso.
…