—Estoy
muy seguro de que alguna vez tendré que dejar de hacerlo —nunca había hablado
de esto con Justin—. De que esa sensación se acabará y solo querré ser un
hombre cincuentón tipo, hogareño que cuida de sus nietos mientras sus padres
trabajan y está con su esposa viviendo su principio de vejez contento y feliz
en casa. Pero a veces la pesadilla de que eso me pase a los treinta me
atormenta —confesó.
—Eso
no sucederá, Justin —confirmé yo—, porque tus Beliebers te aman y estoy segura
de que sus hijas también lo harán —él me sonrió.
—Te
amo.
—Y
si ellas dejan de amarte, Jessica y yo lo haremos —murmuré apoyando mi cabeza
en su hombro.
Llegamos al hotel
luego de pasar casi todo el día fuera. Justin se había ido a duchar para salir
a cenar, luego lo haría yo. En realidad, la charla sobre ser famosos y los
fans, hoy me había dejado bastante pensativa sobre lo que quería hacer. La
música siempre había sido lo principal en mi vida, hasta hace poco más de 5
meses. En realidad, sentía que era más importante sentirme feliz y completa, de
alguna forma eso lo encontraba en Justin y en Jess, en planear mi futuro, en
integrarme en mi familia. Necesitaba alejarme bastante de “la fama”, y aún me
cuestionaba cuánto tiempo sería. Estaba pensando en cuestiones que quizás debía
plantearme después de que Jessica llegara a colonizar nuestra faceta de padres
a mí y a Justin, pero no podía trasladarme hasta ese momento para pensar la
decisión. En realidad, necesitaba saber qué iba a suceder con lo que amo hacer
y es la música. No sería fácil abrir paso nuevamente y remontarme en mi sueño,
porque quizás mi sueño ya no sería cantar; sino que me volcaría más en ser una
grandiosa madre y atender a Jess. Pero en realidad, no me sentía capaz de pisar
la tierra con fuerza y bajar mis manos para dejar de cantar. No podía
decepcionar a tantos fans y no podía decepcionarme a mí misma.
—¿En
qué piensas tanto? —me preguntó Justin entrando a la habitación.
—¿Eh?
—reaccioné y sonreí sonsamente.
—¿En
qué piensas? —volvió a preguntarme.
—Solo
sonseras —me limité a decirle. Sabía que él odiaba la idea de que considerara
dejar de cantar.
—Yo
sé lo que es —se anticipó a advertirme.
—¿De
qué hablas? —le pregunté.
—A
juzgar por tu semblante, piensas en la charla de hoy a la mañana —aseguró—. No
sabes qué hacer ¿verdad?, no quieres dejarlo.
—¿Tú
crees que debo hacerlo? —pregunté confundida. Él frunció el ceño.
—Sabes
lo que creo —me recordó—. Para mí es absurdo.
—No
quiero cambiar y ser una mala madre —le advertí. Él no inmutó su expresión.
—Serías
mala madre si privas a Jess de verte cantar en un escenario —me explicó—. Ella
amará la música y lo sabes, porque vivirá esto. Lo hace desde ahora, que ni
siquiera conoce la luz del día —era un buen punto—, ¿por qué lo dejarías si
también sería parte de ella?
—Aún
no lo sabemos —preferí contradecirlo para mantener mi punto— y no quiero
pasarme el día encerrada en un estudio, para solo ver a Jessica por la noche,
darle el beso de las buenas noches y ya no verla hasta el día siguiente —le
expliqué a brevedad—, tú sabes cómo es el manejo de las grabaciones, Justin.
—Y
sé que Jess puede ir contigo o quedar conmigo —habló seguro.
—Sí,
quizás sí —hablé—. Pero no me gustaría terminar viendo a Jessica solo dos horas
diarias y que viva criada por niñeras.
—Lo
tengo más que claro, princesa —me afirmó Justin—. Por eso mismo sé que mamá
amará cuidar a Jess cuando sea necesario. Además, te ayudaré con la niña y
también tendrás tiempo para ella.
—No
lo sé, Just —hablé afligida. Era confuso y no quería cagarme la luna de miel,
con honestidad.
—Ya
dejemos eso para luego —me pidió—. Estamos de luna de miel, ¿la pasarás
llorando? —me preguntó mientras tomaba mi cara entre sus suaves manos.
—No,
tienes razón —él secó mis lágrimas.
—Bien,
tengo planes —me avisó sonriendo ampliamente. Lo miré con curiosidad.
—¿Cuáles?
—Iremos
a cenar —me anticipó—. A un restaurante que te encantará —prosiguió hablando.
—¿A
dónde vas a llevarme, Just? —le pregunté sonriendo divertida ante sus muecas.
Luego
de que me cambiara así http://www.polyvore.com/cgi/set?.locale=es&id=57624851, salimos del hotel para
caminar hasta el restaurante misterioso del que Justin habló pocos segundos.
—Comenzaba
a echar de menos esos centímetros de más —comentó divertido Justin. Yo reí.
—También
yo —hablé—. Extrañaba mis pies en puntas.
—Gracias
a Dios el restaurante está hasta la plaza de San Marcos, así que son como 5
cuadras.
—Gracias
a Dios —repetí sus palabras entre risas. Él me abrazó por la cintura,
acercándome a él.
—Lindo
16 de febrero, ¿no? —me sonrió.
—Me
has hecho acordar —hablé. Él me miró raro.
—¿De
qué? —al parecer a él también se le había pasado.
—Por
empezar que olvidé decirte feliz día el 14 —le sonreí avergonzada. Él también.
—También
lo hice —murmuró.
—Y
lo segundo es que la semana entrante es tu cumpleaños número 22, mi amor —él me
miró y sonrió divertido—. Aún no he planeado tu regalo —mentí. Él rió.
—Mejor,
porque no quiero un regalo —pues, quiera o no lo tendría.
—Voy
a darte uno igual —le anticipé. Él frunció el ceño.
—Eres
terca —me describió.
—Tal
como tú cuando yo digo que no quiero regalos —era cierto, ninguno de los dos
asimilábamos un no.
—¡Ya,
me lo merezco! —sobre actuó teatralmente. Yo reí ante su voz dramática.
—¿Te
has percatado de que estamos yendo a cenar cuando el crepúsculo cae en Venecia
y no hemos visto ese hermoso acontecimiento? —le pregunté.
Todo
a nuestro alrededor se veía naranja, amaría ver un crepúsculo en alguno de los
canales de la hermosa ciudad, creo que sería lo más romántico del mundo. Los
pocos árboles que teníamos alrededor se alzaban, no muy altos, y se sacudían
con suavidad, dejando pasar una suave y congelada brisa por las calles
italianas. Amaba estar en Venecia.
—Pues,
prometo que mañana iremos a las góndolas a verlo desde allí —me aseguró él. Yo
le sonreí.
—¡Genial!
—exclamé. Amaba esa idea.
—¿Por
qué te gusta tanto Venecia? —era una pregunta que nunca antes alguien me había
hecho, y en realidad no tenía una respuesta tan estrafalaria y profunda.
—Pues…
¿has prestado atención a sus edificios? —él asintió— Amo que estén diseñados a
la antigua, amo sus calles, sus palacios, el sin fin de historias que me
imagino. No lo sé —me encogí de hombros divertida—, ¿no crees que hace
muchísimo tiempo aquí pudo existir la historia de amor más perfecta? Quizás,
había bribones de esos que iban a los calabozos y luego para salvar sus vidas
intentaban hacer reír al rey vestidos de sonsos. No lo sé —repetí. Él sonrió divertido—,
me gusta por su historia y su clase antigua.
—¿Te
gustaba historia en el colegio, no? —me preguntó.
—Más
que ti, seguro amor —él rió apretujándome contra su cuerpo.
—¡Oye!
—protestó divertido— no es que no me gustara, pero veía más divertido jugar
vídeo juegos detrás del libro —Justin y sus ideas.
—Lo
sé, lo sé —murmuré—. Por eso mismo ni siquiera sabes los continentes —bromeé.
—Pues,
¿para qué quiero hacerlo? —su orgullo habló. Yo reí.
Llegamos,
luego de caminar unos cuantos minutos, al restaurante. Justin pidió una mesa, y
aunque logró después de varios intentos que entendieran su pésimo italiano, cuando
me dispuse a hablar, ya lo habían entendido. Nos dieron una mesa para dos, sin
reservación por supuesto. Teníamos una excelente vista de la plaza de San
Marcos, por donde todavía algunas personas caminaban apresuradas y otras,
simplemente quedaban a sentarse en una banca para admirar los últimos rayos de
sol o para esperar a alguien más.
—La
pasta está buena —comentó Justin luego de probar su primer bocado.
—Es
Italia —le recordé—. Aquí comen mucha pasta.
—Y
pizza —añadió él y sonrió sonsamente.
—Sí,
es cierto —murmuré y le devolví la sonrisa—, estaba pensando en algo.
—¿En
qué? —preguntó como diciendo: “si no me
dices, no sabré que piensas”.
—Pues,
¿a Jessica le gustará el francés o algún otro idioma como a mí? —le comenté mi
pensamiento.
—No
lo sé —se encogió de hombros. Claro, ni él ni yo lo sabíamos—. Pero sí sé que
quiero que Jessica vaya a una escuela de artes —afirmó—. Bueno, si es que tiene
dotes de cantante, pintora, actriz o bailarina —aclaró.
—Ya
te dije, Justin —repetí mi idea—. Si Jess quiere hacerlo, lo hará. Si no, no lo
hará.
—Lo
sé, mi amor —habló con una dulce voz—, pero ¿tú crees que a Jess no le gustará
la música, al menos? —preguntó.
—Pues…
no lo sé —quizás sí, quizás no.
—Linda,
lo lleva en la sangre —sí, eso era cierto.
—Pues,
sí. Aún así, no lo sabemos —le informé—. Si va a gustarle que sea natural,
porque no hay nada peor de que te obliguen a hacer algo o que te guste algo.
—Sí,
tienes razón, mi amor —me sonrió.
—Finalmente,
Jess de mi parte tendrá la libertad que desee para decidir sobre qué hacer de
su futuro. Mientras tanto no se perjudique, yo la apoyaré —porque después de
todo, es el roll de una madre.
—Y
yo —afirmó Justin—, aunque seré demasiado celoso. Lo doy por seguro —y eso sí
que no lo dudaba.
—Créeme
que a eso no lo dudaría nunca, mi amor —por un cierto lado, amaba que él fuera
celoso.
—Oye,
hablando con honestidad, también tienes celos a veces —habló divertido. Yo
fruncí el ceño—. Y no lo niegue, señora Bieber —añadió hablándome con formalidad.
—¡Qué
bien suena que me digas señora Bieber! —hablé divertida— Amo llevar tu
apellido.
—Pues,
yo seré Justin ___________(tu apellido) —reí energéticamente al escuchar eso.
—¡Estás
loco! —hablé— Aquí solo la mujer…
—Lo
sé —interrumpió—. Pero es que suena sexy, linda —yo reí divertida.
—¡Estás
loco! —afirmé.
—¿Por
ti? —preguntó retóricamente y sonrió con orgullo y amplio—, ¡no es novedad,
cariño!
—Oye
amor —hablé luego de beber un sorbo de jugo—, olvidé comentar que antes de la
boda Alison me dio la fecha en la que grabaré con Hazza.
—¿Enserio?
—me preguntó sonriéndome—, ¿cuándo será?
—Pues,
el 25 de agosto —le respondí—. Grabaremos en Malibú, así que…
—¡Genial!
—exclamó sonriendo— iremos a la playa.
—Exactamente,
eso —hablé yo sonriéndole.
—¡Oww,
la primer ida de Jess a la playa! —habló emocionado.
—Es
verdad —le sonreí divertida—, aunque… no creo que quieras ir a las grabaciones.
—Ya
te imagino paseándote con él de la mano —frunció el ceño enojado—, ¡diablos! —indudablemente
eran celos.
—¡Eres
celoso, querido amor mío! —él sonrió ante mi acento sureño.
—Y
lo sabes —murmuró—, por eso no entiendo cómo has accedido a grabar el vídeo del
dueto.
—¡Justin!
—protesté—, bien sabes que Harry es mi amigo.
—Sí,
sí —aceptó a duras penas. Yo lo miré sonriéndole levemente—. Además, será una
buena oportunidad para Ryan —él sería el director.
—Ryan
y Rosadela —la estilista del vídeo—, se encargarán de que se vea estético —afirmé—.
Será más que genial, ellos tienen buenas ideas. Son creativos —y muy grandes
amigos míos.
—Hay
algo que me agrada en Harry —se sinceró Justin dejando de lado sus celos.
—¿Qué?
¿Bromeas? —pregunté incrédula, él asintió reafirmando que había algo que le
agradaba de Hazza—, a ver, ¿qué es?
—Pues,
cuando cometí el estúpido error de no controlar mis impulsos con Rosadela, él
fue quien más te consoló —era cierto, Harry siempre estuvo ahí—, después de
todo, permitió que no calleras.
—Es
verdad —afirmé intentando no odiar a Rosadela, otra vez—. Pero, no hay broncas
por eso. Creo que si las habría no estaríamos de luna de miel —bromeé. Él sonrió
con culpa. Creo que esa sonrisa, cuando habláramos del tema, no cambiaría.
—Enserio,
Harry, al igual que Niall, Zayn, Louis y Liam se portaron como grandes amigos —era
cierto, más que cierto. Solo ellos me consolaron, pero Justin no tenía que atormentarse
por ello.
—¿Vas
a joderte toda la vida con eso, Justin? —le pregunté gracias a su mueca de
arrepentimiento—. Ya sabes que eso pasó y que no volverá a suceder. Aprendí
cosas buenas de ello y no voy a dejar que suceda otra vez —claro que no lo
haría—. Ya olvídalo, déjalo ir.
—¿Cómo
olvidar el peor error de mi vida, princesa? —habló afligido, como si hiciera solo
días que había sucedido ello.
—También
cometí errores, mi amor —y muchos—, pero si hay algo que aprendí de ellos es a
verle el lado bueno y hacer lo posible para dejarlos ir y no cometerlos, otra
vez. Y sabes… —guardé silencio dos o tres segundos, él miraba atento. Sonreí
orgullosa—, eso lo aprendí de ti.
—Sí,
quizás sí —sonrió sin afligirse—. Eso quiere decir que…
—Fuiste
un buen maestro —lo interrumpí divertida. Él rió por lo bajo—. También aprendí
a sonreír siempre y a “solo respirar” en las despedidas.
—Just
Breathe —recordó sonriendo—. Como olvidar ese día en Canadá.
—A
veces creo que… cada momento junto a ti o referido a ti, aprendí algo nuevo.
Algo que me hizo más fuerte —y sí, así era. No tenía dudas al respecto. Él me
había convertido en alguien fuerte.
—Pues,
me siento orgulloso de que sea así, mi amor —habló y acarició mi mejilla
dulcemente.
…Al
día siguiente…
Habíamos
ido a las góndolas, tal como me lo había prometido el día anterior. Pagó para
subir a una y así lo hicimos, un hombre remaba en el “Gran Canal” de la ciudad
italiana. El crepúsculo se presentaba frente nuestros ojos y a lo lejos la
sombría silueta de el cementerio acuático de Venecia. Evadiendo el cementerio,
¡el paisaje era bellísimo!
—Sé
que son pocas personas las que nos tienen fe —hablé rompiendo el silencio—. Para
ser honestos, la mayoría cree que solo nos casamos porque estoy embarazada —y
eso era absurdo. Estúpido, en realidad—. Pero, yo creo que será para siempre.
—¡Claro
que así será! —exclamó él— No voy a alejarme.
—¡Pamplinas
con que “si lo amas déjalo ir”! —exclamé,
Justin rió levemente. Estaba abrazándome por los hombros y yo me encontraba recostada
sobre su pecho—. Yo creo que si lo amas, lucharás por él con uñas y dientes.
—¡Claro
que es así! —él pensaba como yo—. Jamás te dejaría ir, ___________(tu nombre) —besó
mi frente con dulzura.
—Yo,
no me iría —le anticipe.
—Tampoco
yo —aseguró. Levantó mi rostro desde mi barbilla con su suave mano, dulcemente
comenzó a besar mis labios. Amaba sus dulces besos.