"Es solo un mal día, no una mala vida". |
Narra Justin:
___________(tu
nombre) ya se había marchado cuando mamá entró a la sala mirándome raro.
—¿Quién era? —me
preguntó— se parecía mucho a Samanta —mamá conocía a Sam por lo del viaje,
porque no le presentaba a todas mis novias.
—Es hermana de Sam
—me limité a decirle.
—Tiene mal aspecto
—me informó—. Es linda, pero descuidada.
—Es mejor que Sam,
aunque no lo creas —ni siquiera sabía por qué la defendía—. Sam, es muy hermosa
y fina, pero es una zorra.
—No hables así —me
ordenó mi madre—. Debes tener respeto por tu novia.
—Ex novia, querrás
decir —mencioné—. Porque voy a terminarle hoy mismo.
—Estás obsesionado
con ___________(tu nombre), ¿no? —no le diría que sí, porque enloquecería en
vano.
—Estás viendo cosas
donde no las hay —evadí su pregunta.
—Justin, te conozco
hace 17 años, casi 18. No vas a engañarme —me recordó.
—Creo que es sexy y
hermosa —confesé a las puras.
—Pues, quítate esa
idea de la cabeza —me ordenó con severidad—. Te prohíbo que vuelvas a ver a esa
muchacha rara y atrevida.
—¿Crees que vas a
controlar mi vida, Patricia? —pregunté con ira— Pues, si es así. Estás
completamente equivocada, ¡no permitiré que te entrometas a elegir mi junta!
Porque sé que eso quieres. No dejaré de ver a ___________(tu nombre), ¿sabes
por qué? Porque me gusta y quiero estar con ella, ¿vale?
Salí de la sala
para encerrarme en mi habitación. Estaba completamente enojado con la mujer que
me había dado la vida. Sentía odio y ganas de irme en ese mismo momento de la
casa, pero ¿saben qué? Todo lo que había dicho era cierto. Sentía que debía
estar con ___________(tu nombre), sentía que ella debía ser mía, ¿eso era
normal en mí? ¡Claro que no! Todo lo contrario. Tomé mi teléfono y le marqué a
Miley.
#Vía telefónica#
—Hola, ¿quién habla? —respondió mi amiga.
—Miley, soy Justin —me presenté a las puras.
—¡Oh, Bieber! —exclamó—, ¿pasa algo? ¿Qué
haces despierto a esta hora?
—Necesito ayuda —confesé, creo que eso a
Miley le preocupó ante su silencio diminuto.
—¿En qué puedo ayudarte? —me preguntó algo seria.
Nunca le pedía ayuda, creo que esperaba algo grande y grave, quizás.
—Ayúdame a ser menos pendejo —oí la
carcajada que soltó Miley desde el otro lado.
—¿Tú? ¿Ser menos pendejo? —preguntó
retóricamente, yo solo esperaba que terminara— ¿Qué clase de apuesta es esta
Justin?
—¿El amor es una apuesta? —Miley calló al
instante.
—¿Estás enamorado? —preguntó secamente.
—No sé si enamorado, pero estoy
enganchadísimo y necesito cambiar.
—Es por ___________(tu nombre), ¿verdad? —tragué
saliva, Miley iba a regañarme.
—Sí —solté a las puras y con rapidez.
—No te diré nada, pero sabes lo que opino —podía
imaginármela regañándome. Era mejor que no lo hiciera.
—Necesito ayuda —le recordé—. Necesito que
ella se enamore de mí.
—Esa es materia fácil —aseguró—, lo difícil
ahora, querido futuro primo, es hacerte a ti un caballero y sacarte todo lo que
tienes de mujeriego e idiota.
—Gracias, Miley —dije con sarcasmo—. Pero,
por favor, necesito ayuda.
—¿Qué puedo hacer yo? —me preguntó.
—No lo sé, tú conoces muchísimo más a
___________(tu nombre) que yo —en ciertos aspectos, como por ejemplo el amor.
—Sí, es cierto —afirmó—. Intentaré ayudarte,
¿vale? Pero deberás poner empeño también tú.
—Lo haré —aseguré—. Eres la mejor, Cyrus.
—Ya, no seas chupa medias —me pidió. Yo reí.
—Te veo luego, idiota.
—Adiós, bobo —colgó.
#Fin vía telefónica#
Narra
___________(tu nombre):
Entré a mi casa, ni
Sam, ni Rodrigo estaban en la sala. Entré a la cocina, tampoco había nadie;
suspiré aliviada mientras comenzaba a hacerme mi desayuno. Aún no asimilaba
muchas cosas, como por ejemplo: que Justin supiera mi pasado, que Rodrigo me
engañara con Sam o que Justin se “declarara”, de alguna manera, anoche. Las
cosas tomaban un rumbo raro y desconocido; uno que debía explorar, pero no
tenía ganas de hacerlo yo sola, ¿qué diablos sería? ¿Qué diablos sería lo que
sentí cuando besé a Bieber anoche? Pues, no lo tenía muy claro que digamos.
Siendo sincera, solo sentía la confusión más grande de mi vida.
—No entiendo por
qué no me despertaste —protestó Caitlin entrando a la cocina.
—Me olvidé de
hacerlo —confesé—. Recién regreso a casa.
—¿Dónde estabas?
—dijo pícaramente.
—En lo de Bieber
—arqueó una ceja—. Debía decirle que cuando me levanté vi a Samanta y Rodrigo
besándose acaloradamente en mi sala, ¿no crees? —Cait abrió los ojos como dos
platos.
—¿Qué, qué?
—cuestionó— ¿Sam y Rodrigo? ¿Besándose? ¿Aquí? ¿A caso él no era tu novio?
—Eso creía también
yo —reí cínicamente—, al parecer, mi hermana es más puta de lo que tenía en
cuenta y él más mujeriego de lo que pensé. Pero sabes, no me afecta tanto como
debería —al contrario—. En realidad, me quité dos pesos de encima.
—Lo sé —afirmó—.
Además tienes a Bieber libre ahora.
—No jodas —le
pedí—. Sabes que no quiero nada con él. No me interesa si deja o no a Sam.
—Vamos, confiésalo
—me exigió—. Cuando lo vez tu corazón late más rápido, hablas con puras
groserías o insultándolo porque no quieres ser bonita con él o que él lo sea
contigo, porque cuando lo es te derrites. Quieres que esté todo el día
mirándote o cerca de ti. Te conozco tanto, ___________(tu nombre), que puedo
jurar que dentro de un mes estarás besando los pies de Bieber, enamorada como
nunca lo has estado.
—Estás esperando
cosas que no van a pasar, Victoria —la nombré por su segundo nombre con algo de
nervios, porque lo admitía, me causaba miedo que todo lo que ella dijera fuera
cierto—. Yo no me enamoraré de él, porque no es lo que estoy buscando.
—¿Segura? —oí decir
a otra voz, era Samanta—, ¿o ya te has enamorado de Justin?
—Pues, la que menos
tiene por cuestionar aquí eres tú, traidora —aunque no me doliera no iba a
callarme—. Yo no te puse la vuelta con él, ¿vale? Tú eres la puta que, hasta
quién sabe, se acostó con su cuñado.
—¿Vas a
recriminármelo toda la vida? —yo asentí sonriendo cínicamente.
—Sí, porque
mientras intenté tantas veces protegerte a ti de Justin, eras tú quién lo engañaba
—reí irónicamente—. Eres una puta, Samanta. No tienes dignidad, ¿lo sabes,
verdad?
—Mírate tú primero
—me aconsejó—. Drogándote, cantándole a tu pasado tan vil y oscuro, ¿qué tienes
para cuestionarme a mí?
—Que yo no te
lastimé jamás, Sam —sus ojos se humedecieron rápidamente—. Y no, no me
lastimaste por Rodrigo, porque no lo quiero. Me da igual si te folla o no.
Simplemente, me lastimas cada vez que recriminas mí pasado, ¿vale? Cada vez que
te crees fuerte por decirme que hice las cosas mal, yo me derrumbo más y más.
No te mereces mi cariño, no te mereces que te ame y te cuide como mi hermana,
porque tú jamás has intentado comprenderme, Samanta. Tú jamás has dejado por un
segundo tu papel de niña fresa y egocéntrica, para darte cuenta que muchas veces
me lastimas.
—¿Qué quieres?
¿Hacerme llorar para luego reír cínicamente de mí? —fregó sus ojos rápidamente.
—Lo que quiero es
que entiendas, estás equivocada.
Sam salió de la
cocina “hundida” en lágrimas. Quizás, diría yo, haciéndose la víctima. Siempre
se escondía detrás de ser una niña mimada y llorar por los rincones. Era
absurdo. Sabía que a mí el sentimentalismo no me interesaba en lo absoluto; no
lograba sentir lástima, y no por ser fría. Más bien porque cuando yo estaba
destruida nadie lloraba por mí. Caitlin me miraba con los ojos sorprendido,
ella jamás me había visto ser tan dura con alguien.
—Y no solo era el
maquillaje —expresó asombrada—, también el corazón.
—No vas a
implorarme que haga lo que es justo, ¿verdad? —ella negó con la cabeza, aunque
su corazón, por más que fuera Sam, le dijera lo contrario.
—No voy a obligarte
a hacer lo que deberías, tú cargas con la culpa —sonreí cínicamente. Cait no
entendía mucho de lo que pasó cuando ella no estuvo.
—Caitlin, las cosas
cambiaron mientras tú modelabas del otro lado —y no se lo dije de un modo muy
agradable—. Samanta no es la niña adorable que todos ven…
—Y lo sé —me
interrumpió mi amiga—, ¿pero tú has cambiado tanto? ¿Tan basura eres?
—No quiero que me
lastimen más, ¿vale?
—No es el punto
fuerte ser una roca, amiga, ¿lo sabes? —me recriminó mirándome con sus ojos
potentes—, quizás deberías recordar que lleva tu sangre y que ha sido olvidada
todos esos años que tú te los has pasado encerrada en todo lo malo que podías
encontrar —otra persona que se metía con mi pasado, ¿a caso todos lo harían por
siempre?
—Tú lo dices porque
no sabes —musité—. Ni tú, ni Sam, ni mis padres, ni nadie entiende lo que es
estar sola dentro de un montón de gente que te saca siempre tus errores en
cara, ¿tú nunca te has equivocado? ¿Jamás has tomado el camino correcto? Pues,
entonces no has vivido. Porque los que vivimos, los que decidimos, nos
equivocamos y hacemos las cosas mal, para luego corregirlas y hacerlas bien.
—¿Y crees que
tratando mal a todos y siendo distante con todo el mundo vas a cambiarlo todo?
—preguntó retóricamente—, ¡Vamos ___________(tu nombre)! Eres madura y sabes
bien lo que está bien y lo que no, ¿por qué lo haces?
—Porque cuando te
ven débil te pisan, porque cuando intentas ser dulce te rompen. Estoy harta de
que el mundo se cague en mí y mis ideas, ¡estoy podrida de ser el juguete de
todos! Alguien va a respetarme y cuando eres fría y dura, justa con tus
principios, todo el mundo te respeta. Porque cuando nadie te interesa, todos te
aman —Caitlin soltó una carcajada irónica.
—Yo sé que te
acuestas con esos tipos que parecen rudos e intelectuales, que te gusta que te
digan dulzuras que sacan de libros de poemas extranjeros donde el amor es un
prototipo alcanzable, como en los cuentos de hadas y la felicidad es “para
siempre” —enfatizó—, pero tú eres más que esto —me señaló—. La persona que
valía la pena está allí dentro de esa cabeza retorcida y de ese corazón
congelado que ahora crees conveniente.
—El aire francés te
ha hecho una patética romántica y soñadora, Caitlin. La vida no es solo sueños,
querida amiga —la realidad te azota muchas veces.
—Intentas ser
fuerte…
—Soy fuerte —la
corregí—. Soy fuerte y voy a serlo, porque ya no me verán caer. No intentes
meterte en mi cabeza y cambiarme, porque no quiero corregirme.
Subí a mi
habitación y mientras me tiraba pesada en mi cama tomé el cuaderno donde
escribía y una pluma.
“Dicen conocerme, así lo piensan ellos.
Lástima que la gente jamás olvidará todo lo malo que has hecho y siempre te lo
recriminará, hasta que lo olviden o hasta que te olviden, mejor dicho.
Estamos lejos de completar algunos sueños,
estamos lejos de ser completos alguna vez en la vida y todo lo que tenemos es
nuestros recuerdos. Ojalá todo fuera más fácil alguna vez. Porque golpearme
como un hombre no te hace tan fuerte como crees y aunque no lo entiendas tus
golpes, “sutiles”, duelen”.
No estaba muy
animada, la actitud de Caitlin, especialmente, me parecía inmadura. No quería
pensar, necesitaba descargarme y aunque le había prometido a Justin que no lo
haría, era lo único que pasaba por mi mente en ese momento. Me metí en el baño
con mi mente en blanco, más bien en negro; porque nada de lo que pensaba era
bueno en ese momento.
Me paré frente al
espejo; estaba más flaca de lo normal. Mis pómulos estaban más marcados que
antes y mis ojos más grandes. Siempre fui delgada, pero comenzar a comer menos
jamás había sido una buena opción. Estaba cayendo más y más, y aunque nadie
quisiera notarlo no estaba molestándome de sobre manera pensar que podría
volver al mismo lugar de donde salí.
La escena que
caracterizaba mis días oscuros desde hacía ya unos cuantos meses estaba
repitiéndose. Una cuchilla, ideas negras y dolorosas, ya olvidaba cuántas veces
lo había hecho así, o de otras maneras. Segundos después las lágrimas y la
sangre se mezclaban en el suelo de mi baño, otra vez. Ardía y todo giraba a mí
alrededor, ¡necesitaba dejar de hacerlo! Necesitaba dejar de hacer que las
personas me hirieran así. Esta vez necesitaba hacerlo mejor.
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