miércoles, 26 de diciembre de 2012

Capítulo 11°: "Lástima que la gente jamás olvidará todo lo malo que has hecho y siempre te lo recriminará".

"Es solo un mal día, no una mala vida".




Narra Justin:



___________(tu nombre) ya se había marchado cuando mamá entró a la sala mirándome raro.


—¿Quién era? —me preguntó— se parecía mucho a Samanta —mamá conocía a Sam por lo del viaje, porque no le presentaba a todas mis novias.
—Es hermana de Sam —me limité a decirle.
—Tiene mal aspecto —me informó—. Es linda, pero descuidada.
—Es mejor que Sam, aunque no lo creas —ni siquiera sabía por qué la defendía—. Sam, es muy hermosa y fina, pero es una zorra.
—No hables así —me ordenó mi madre—. Debes tener respeto por tu novia.
—Ex novia, querrás decir —mencioné—. Porque voy a terminarle hoy mismo.
—Estás obsesionado con ___________(tu nombre), ¿no? —no le diría que sí, porque enloquecería en vano.
—Estás viendo cosas donde no las hay —evadí su pregunta.
—Justin, te conozco hace 17 años, casi 18. No vas a engañarme —me recordó.
—Creo que es sexy y hermosa —confesé a las puras.
—Pues, quítate esa idea de la cabeza —me ordenó con severidad—. Te prohíbo que vuelvas a ver a esa muchacha rara y atrevida.
—¿Crees que vas a controlar mi vida, Patricia? —pregunté con ira— Pues, si es así. Estás completamente equivocada, ¡no permitiré que te entrometas a elegir mi junta! Porque sé que eso quieres. No dejaré de ver a ___________(tu nombre), ¿sabes por qué? Porque me gusta y quiero estar con ella, ¿vale?


Salí de la sala para encerrarme en mi habitación. Estaba completamente enojado con la mujer que me había dado la vida. Sentía odio y ganas de irme en ese mismo momento de la casa, pero ¿saben qué? Todo lo que había dicho era cierto. Sentía que debía estar con ___________(tu nombre), sentía que ella debía ser mía, ¿eso era normal en mí? ¡Claro que no! Todo lo contrario. Tomé mi teléfono y le marqué a Miley.


#Vía telefónica#
—Hola, ¿quién habla? —respondió mi amiga.
—Miley, soy Justin —me presenté a las puras.
—¡Oh, Bieber! —exclamó—, ¿pasa algo? ¿Qué haces despierto a esta hora?
—Necesito ayuda —confesé, creo que eso a Miley le preocupó ante su silencio diminuto.
—¿En qué puedo ayudarte? —me preguntó algo seria. Nunca le pedía ayuda, creo que esperaba algo grande y grave, quizás.
—Ayúdame a ser menos pendejo —oí la carcajada que soltó Miley desde el otro lado.
—¿Tú? ¿Ser menos pendejo? —preguntó retóricamente, yo solo esperaba que terminara— ¿Qué clase de apuesta es esta Justin?
—¿El amor es una apuesta? —Miley calló al instante.
—¿Estás enamorado? —preguntó secamente.
—No sé si enamorado, pero estoy enganchadísimo y necesito cambiar.
—Es por ___________(tu nombre), ¿verdad? —tragué saliva, Miley iba a regañarme.
—Sí —solté a las puras y con rapidez.
—No te diré nada, pero sabes lo que opino —podía imaginármela regañándome. Era mejor que no lo hiciera.
—Necesito ayuda —le recordé—. Necesito que ella se enamore de mí.
—Esa es materia fácil —aseguró—, lo difícil ahora, querido futuro primo, es hacerte a ti un caballero y sacarte todo lo que tienes de mujeriego e idiota.
—Gracias, Miley —dije con sarcasmo—. Pero, por favor, necesito ayuda.
—¿Qué puedo hacer yo? —me preguntó.
—No lo sé, tú conoces muchísimo más a ___________(tu nombre) que yo —en ciertos aspectos, como por ejemplo el amor.
—Sí, es cierto —afirmó—. Intentaré ayudarte, ¿vale? Pero deberás poner empeño también tú.
—Lo haré —aseguré—. Eres la mejor, Cyrus.
—Ya, no seas chupa medias —me pidió. Yo reí.
—Te veo luego, idiota.
—Adiós, bobo —colgó.
#Fin vía telefónica#


Narra ___________(tu nombre):



Entré a mi casa, ni Sam, ni Rodrigo estaban en la sala. Entré a la cocina, tampoco había nadie; suspiré aliviada mientras comenzaba a hacerme mi desayuno. Aún no asimilaba muchas cosas, como por ejemplo: que Justin supiera mi pasado, que Rodrigo me engañara con Sam o que Justin se “declarara”, de alguna manera, anoche. Las cosas tomaban un rumbo raro y desconocido; uno que debía explorar, pero no tenía ganas de hacerlo yo sola, ¿qué diablos sería? ¿Qué diablos sería lo que sentí cuando besé a Bieber anoche? Pues, no lo tenía muy claro que digamos. Siendo sincera, solo sentía la confusión más grande de mi vida.


—No entiendo por qué no me despertaste —protestó Caitlin entrando a la cocina.
—Me olvidé de hacerlo —confesé—. Recién regreso a casa.
—¿Dónde estabas? —dijo pícaramente.
—En lo de Bieber —arqueó una ceja—. Debía decirle que cuando me levanté vi a Samanta y Rodrigo besándose acaloradamente en mi sala, ¿no crees? —Cait abrió los ojos como dos platos.
—¿Qué, qué? —cuestionó— ¿Sam y Rodrigo? ¿Besándose? ¿Aquí? ¿A caso él no era tu novio?
—Eso creía también yo —reí cínicamente—, al parecer, mi hermana es más puta de lo que tenía en cuenta y él más mujeriego de lo que pensé. Pero sabes, no me afecta tanto como debería —al contrario—. En realidad, me quité dos pesos de encima.
—Lo sé —afirmó—. Además tienes a Bieber libre ahora.
—No jodas —le pedí—. Sabes que no quiero nada con él. No me interesa si deja o no a Sam.
—Vamos, confiésalo —me exigió—. Cuando lo vez tu corazón late más rápido, hablas con puras groserías o insultándolo porque no quieres ser bonita con él o que él lo sea contigo, porque cuando lo es te derrites. Quieres que esté todo el día mirándote o cerca de ti. Te conozco tanto, ___________(tu nombre), que puedo jurar que dentro de un mes estarás besando los pies de Bieber, enamorada como nunca lo has estado.
—Estás esperando cosas que no van a pasar, Victoria —la nombré por su segundo nombre con algo de nervios, porque lo admitía, me causaba miedo que todo lo que ella dijera fuera cierto—. Yo no me enamoraré de él, porque no es lo que estoy buscando.
—¿Segura? —oí decir a otra voz, era Samanta—, ¿o ya te has enamorado de Justin?
—Pues, la que menos tiene por cuestionar aquí eres tú, traidora —aunque no me doliera no iba a callarme—. Yo no te puse la vuelta con él, ¿vale? Tú eres la puta que, hasta quién sabe, se acostó con su cuñado.
—¿Vas a recriminármelo toda la vida? —yo asentí sonriendo cínicamente.
—Sí, porque mientras intenté tantas veces protegerte a ti de Justin, eras tú quién lo engañaba —reí irónicamente—. Eres una puta, Samanta. No tienes dignidad, ¿lo sabes, verdad?
—Mírate tú primero —me aconsejó—. Drogándote, cantándole a tu pasado tan vil y oscuro, ¿qué tienes para cuestionarme a mí?
—Que yo no te lastimé jamás, Sam —sus ojos se humedecieron rápidamente—. Y no, no me lastimaste por Rodrigo, porque no lo quiero. Me da igual si te folla o no. Simplemente, me lastimas cada vez que recriminas mí pasado, ¿vale? Cada vez que te crees fuerte por decirme que hice las cosas mal, yo me derrumbo más y más. No te mereces mi cariño, no te mereces que te ame y te cuide como mi hermana, porque tú jamás has intentado comprenderme, Samanta. Tú jamás has dejado por un segundo tu papel de niña fresa y egocéntrica, para darte cuenta que muchas veces me lastimas.
—¿Qué quieres? ¿Hacerme llorar para luego reír cínicamente de mí? —fregó sus ojos rápidamente.
—Lo que quiero es que entiendas, estás equivocada.


Sam salió de la cocina “hundida” en lágrimas. Quizás, diría yo, haciéndose la víctima. Siempre se escondía detrás de ser una niña mimada y llorar por los rincones. Era absurdo. Sabía que a mí el sentimentalismo no me interesaba en lo absoluto; no lograba sentir lástima, y no por ser fría. Más bien porque cuando yo estaba destruida nadie lloraba por mí. Caitlin me miraba con los ojos sorprendido, ella jamás me había visto ser tan dura con alguien.


—Y no solo era el maquillaje —expresó asombrada—, también el corazón.
—No vas a implorarme que haga lo que es justo, ¿verdad? —ella negó con la cabeza, aunque su corazón, por más que fuera Sam, le dijera lo contrario.
—No voy a obligarte a hacer lo que deberías, tú cargas con la culpa —sonreí cínicamente. Cait no entendía mucho de lo que pasó cuando ella no estuvo.
—Caitlin, las cosas cambiaron mientras tú modelabas del otro lado —y no se lo dije de un modo muy agradable—. Samanta no es la niña adorable que todos ven…
—Y lo sé —me interrumpió mi amiga—, ¿pero tú has cambiado tanto? ¿Tan basura eres?
—No quiero que me lastimen más, ¿vale?
—No es el punto fuerte ser una roca, amiga, ¿lo sabes? —me recriminó mirándome con sus ojos potentes—, quizás deberías recordar que lleva tu sangre y que ha sido olvidada todos esos años que tú te los has pasado encerrada en todo lo malo que podías encontrar —otra persona que se metía con mi pasado, ¿a caso todos lo harían por siempre?
—Tú lo dices porque no sabes —musité—. Ni tú, ni Sam, ni mis padres, ni nadie entiende lo que es estar sola dentro de un montón de gente que te saca siempre tus errores en cara, ¿tú nunca te has equivocado? ¿Jamás has tomado el camino correcto? Pues, entonces no has vivido. Porque los que vivimos, los que decidimos, nos equivocamos y hacemos las cosas mal, para luego corregirlas y hacerlas bien.
—¿Y crees que tratando mal a todos y siendo distante con todo el mundo vas a cambiarlo todo? —preguntó retóricamente—, ¡Vamos ___________(tu nombre)! Eres madura y sabes bien lo que está bien y lo que no, ¿por qué lo haces?
—Porque cuando te ven débil te pisan, porque cuando intentas ser dulce te rompen. Estoy harta de que el mundo se cague en mí y mis ideas, ¡estoy podrida de ser el juguete de todos! Alguien va a respetarme y cuando eres fría y dura, justa con tus principios, todo el mundo te respeta. Porque cuando nadie te interesa, todos te aman —Caitlin soltó una carcajada irónica.
—Yo sé que te acuestas con esos tipos que parecen rudos e intelectuales, que te gusta que te digan dulzuras que sacan de libros de poemas extranjeros donde el amor es un prototipo alcanzable, como en los cuentos de hadas y la felicidad es “para siempre” —enfatizó—, pero tú eres más que esto —me señaló—. La persona que valía la pena está allí dentro de esa cabeza retorcida y de ese corazón congelado que ahora crees conveniente.
—El aire francés te ha hecho una patética romántica y soñadora, Caitlin. La vida no es solo sueños, querida amiga —la realidad te azota muchas veces.
—Intentas ser fuerte…
—Soy fuerte —la corregí—. Soy fuerte y voy a serlo, porque ya no me verán caer. No intentes meterte en mi cabeza y cambiarme, porque no quiero corregirme.


Subí a mi habitación y mientras me tiraba pesada en mi cama tomé el cuaderno donde escribía y una pluma.

“Dicen conocerme, así lo piensan ellos. Lástima que la gente jamás olvidará todo lo malo que has hecho y siempre te lo recriminará, hasta que lo olviden o hasta que te olviden, mejor dicho.
Estamos lejos de completar algunos sueños, estamos lejos de ser completos alguna vez en la vida y todo lo que tenemos es nuestros recuerdos. Ojalá todo fuera más fácil alguna vez. Porque golpearme como un hombre no te hace tan fuerte como crees y aunque no lo entiendas tus golpes, “sutiles”, duelen”.

No estaba muy animada, la actitud de Caitlin, especialmente, me parecía inmadura. No quería pensar, necesitaba descargarme y aunque le había prometido a Justin que no lo haría, era lo único que pasaba por mi mente en ese momento. Me metí en el baño con mi mente en blanco, más bien en negro; porque nada de lo que pensaba era bueno en ese momento.

Me paré frente al espejo; estaba más flaca de lo normal. Mis pómulos estaban más marcados que antes y mis ojos más grandes. Siempre fui delgada, pero comenzar a comer menos jamás había sido una buena opción. Estaba cayendo más y más, y aunque nadie quisiera notarlo no estaba molestándome de sobre manera pensar que podría volver al mismo lugar de donde salí.

La escena que caracterizaba mis días oscuros desde hacía ya unos cuantos meses estaba repitiéndose. Una cuchilla, ideas negras y dolorosas, ya olvidaba cuántas veces lo había hecho así, o de otras maneras. Segundos después las lágrimas y la sangre se mezclaban en el suelo de mi baño, otra vez. Ardía y todo giraba a mí alrededor, ¡necesitaba dejar de hacerlo! Necesitaba dejar de hacer que las personas me hirieran así. Esta vez necesitaba hacerlo mejor. 

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