miércoles, 26 de diciembre de 2012

Capítulo 7°: "Yo voy a ayudarte".

"Nosotros recordamos nuestro primer corte".



Querido chico,
Estoy cayendo a tus pies
Me siento enamorada
¿Qué clase de mierda es?

Nuevo chico,
¿Dónde podría tocar?
No hay más tiempo
Y quiero el control

Solo aquí
Podré encontrar mi mitad
Solo aquí
Siento que puedo flotar
Debes confesar
Dónde encuentro más.
La realidad.
—Ojalá te fuera fácil dejar de cantarle, ¿no crees? —giré mi cabeza al escuchar su voz—, ¿por qué?
—Ya no vengas a sermonearme Samanta —le exigí.
—¿Por qué sigues drogándote, ___________(tu nombre)? ¿Acaso te gusta destruirte? —mis ojos se humedecieron rápidamente. Ella solo me miraba con firmeza—. Ya no confío en ti, no sé lo que eres capaz de hacer, querida hermana —dijo con un tono decepcionado.
—Ni yo lo sé —confesé—, pero sé que no me drogo, Samanta.
—No, no lo sé —nunca la había visto hablarme así—. Lo hiciste una vez, ¿por qué no dos?
—Porque estar al borde de la muerte no es gratificante —aseguré con firmeza.
—Eres fría, no te interesa nada y estoy segura de que podrías hacerlo cuantas veces quieras, porque lo haces, ¿nadie te sacará de eso? —mi hermana estaba empecinada en su idea, la cuál era errónea.
—No es así —negué otra vez poniéndome de pie—, no es lo que crees.
—¿Y esas marcas? —dijo mirando mis brazos—, ¿por qué después de cada invierno son más? —estaba vengándose, estaba segura.
—Porque tú no has tenido mi vida Sam, porque tú no has sufrido todo lo que yo sí —contesté con ímpetu.
—¡Hace mucho de eso, ___________(tu nombre)! —exclamó—, debes superarlo.
—Intento que tú no sufras, intento hacerte fuerte sin que pases por el dolor porque es lo más horrible que puede pasarte y tú… tú estás empecinada en sufrir —sonreí tristemente sentándome otra vez—. Tú no sabes lo que se siente, duele literalmente, comienza a dolerte.
—Deberé aprender por mí misma alguna vez, ¿lo olvidas?
—No soportaría verte caer —aunque nunca lo haría como yo.
—Tú estás cayendo otra vez, ¿no te das cuenta? —me preguntó sin regodeos—, ¿a caso quieres caer otra vez?
—¡Tú no entiendes, Sam! —exclamé— tú no eres quien sufrió Bullying tantos años, tú no has vivido todos los problemas familiares como yo lo hice, tú no entiendes que eso no se borrará jamás.


Tomé la guitarra y entré a la casa casi corriendo. Me encerré en la habitación y tomé el cuaderno y un lápiz.

“No sé qué estoy haciendo, pero hoy es el día en que el dolor vuelve a sentirse como cuando tenía 15. Al parecer, siempre dolerá así, hasta el final de los días. ¿Nunca voy a superarlo? Yo no era así, yo no era como me conocen. Pero no tengo alternativas, el dolor me convierte en un monstruo.
Querido Dios, sé que existes y estás allí arriba alumbrándonos, haciéndonos seguir el camino que has escrito para cada uno de nosotros, ¿por qué siempre deberé arrastrarme hasta la meta? No necesito mucho, solo un alma que salve la mía; alguien que me haga entender que todo estará bien alguna vez. Solo necesito a alguien que me quite todo el dolor que tengo en el alma.
Solo necesito a alguien que cambie mi vida”.

Guardé el cuaderno en mi bolso, nadie debía saber de él aunque Justin ya lo hacía. Era hora de calmar el dolor. Entré al baño, Rodrigo ya había salido del baño y al parecer también de la habitación. Me senté en el suelo, en los mosaicos inmaculados y blancos. Tomé la hoja de Gillette que había sacado del botiquín del baño y sentada en ropa interior en el baño la deslicé por mi muñeca. Dolía, ardía y veía la sangre caer lentamente en el suelo del baño, las gotas adornaban el suelo y las lágrimas que caían de mis ojos las aguaban más y más.

Sabía que debía dejar de hacerlo, pero dos o tres cortes más no me harían nada. Ardía y sentía que dolía demasiado, pero el dolor físico era más soportable que el dolor moral, el dolor que me producía saber que las cosas estarían mal por siempre. No podía soportar destruirme, pero tampoco tenía otra salida. Nadie sabía de mí porque nadie iba a entenderme y no quería que la lástima fuera parte de mi vida y mis relaciones. Yo solo quería ser fuerte y que nadie volviera a lastimarme. Lo malo, era que me estaba destruyendo yo sola.

Tomé un algodón con un poco de agua oxigenada y lo pasé por mis tres nuevos cortes, mis futuras tres nuevas cicatrices. Ardió hasta hacerme caer más lágrimas de las que había derramado. Limpié toda la sangre que había quedado en el suelo, me metí en la ducha y salí luego. Los cortes no eran profundos, por lo que no necesitaba vendarlos como otras veces. Me di una ducha y luego me cambié así http://www.polyvore.com/cgi/set?id=66945708&.locale=es.

Estaba débil, pero de todas maneras bajé a la sala. Nadie debía saber sobre mí y mi debilidad, yo debía ser fuerte. No había nadie abajo. Me dirigí a la cocina, tampoco había nadie. Me senté y tomé un vaso. Saqué de la reserva una botella de whisky y me serví en un vaso para luego ponerle hielo. Me dolía la cabeza y el brazo, pero era normal. Bebí un sorbo y sentí como quemó hasta llegar a mi esófago. Necesitaba ayuda, pero no quería ser débil otra vez.


—¿Ya estás bebiendo? —volteé y Justin me miraba con algo de lujuria. Eso cambió cuando notó mis ojos rojos e hinchados—, ¿estás llorando?
—Déjame en paz —hablé y bebí otro sorbo del vaso.
—No estás bien —aseguró. Para mí no era novedad.
—Lo sé —afirmé—, pero déjame sola. No quiero estar con nadie.
—Rodrigo y Sam salieron de compras, está por llover, ¿no quieres caminar por la playa? Quizás te haga bien —lo miré raro, ¿estaba siendo amable?
—Está bien —acepté. Bebí todo lo que quedaba en el vaso de un solo sorbo.


Salimos de la casa por la parte trasera que daba con la playa, había viento y estaba cerca de ser el crepúsculo, aunque hoy no se veía el sol y estaba por llover pronto. Justin caminaba en silencio a mi lado.


—¿Por qué estás así? —yo iba mirando el mar, estaba tormentoso y revuelto.
—No soy buena para los recuerdos —confesé sin dar más explicaciones. Sentía sus ojos sobre mí.
—Y guardar lo que te hace mal es peor —me informó.
—¿Por qué intentas saber qué hay en mí? —cuestioné volviéndome a mirarlo—, no hay nada.
—Sí, sí hay algo —me contradijo con razón.
—Hay algo que no quieres conocer —le expliqué—. Tú no quieres saber qué hay detrás de mí; lo único que quieres es follar conmigo, no quieres entender lo que siento.
—¿Has peleado con Rodrigo? —cuestionó, yo sonreí pensando: “ojalá solo fuera eso”.
—Rodrigo es alguien tan lejano de mí como lo eres tú, solo Sam conoce lo que escondo y que él sea mi novio no hace que tenga pensamientos muy distintos a los tuyos —porque así era.
—¿Y qué es lo que escondes? —cuestionó quedándose en ese concepto.
—La vida es cruel, Justin —demasiado a veces—. No intentes saber cosas que no quieres.
—Es que sí quiero —lo miré confundida, ¿por qué quería saberlo?
—¿Y por qué quieres saberlo?
—Porque por más mujeriego que sea, una mujer es una princesa y las princesas no lloran —mi corazón se oprimió y vi en sus ojos un brillo algo especial, uno que no vi antes.
—Lo único que quiero es ser libre —afirmé parándome de frente al mar, Justin se detuvo y me quedó mirando.
—Eres libre —me recordó.
—No de mi pasado —le informé. Volteé mi cara para mirarlo y allí estaba, mirándome fijo sin entender nada—. Debería haber una advertencia de que lo que haces te marcará para siempre.
—Quizás sí —afirmó—. Pero no entiendo por qué estás así.
—Necesito cambiarlo todo, necesito alguien que lo cambie todo —confesé mirando el mar. Solo me tiré en la arena de frente a las nubes, por más lejos que estuvieran. Justin hizo lo mismo.
—¿Cambiar qué? —preguntó Justin.
—Necesito sentirme viva.
—¿Y no lo estás? —su pregunta fue estúpida.
—No me siento así —le expliqué.
—¿Y por qué no? No hay nada que lo evite —él no conocía nada, por eso decía lo que decía.
—Pues, tú no conoces lo que pasa por mi cabeza ahora mismo —le recordé sin dejar de perderme en el gris de las nubes.
—¿Qué es lo que pasa entonces? —preguntó con algo de curiosidad.
—No entenderías si te lo explico, ¿por qué hacerlo? —solo quería que deje de hablar.
—No tengo tres años ___________(tu nombre) —me recordó con un tono bastante alterado—, ¿qué mierda escondes?
—Descuida, no es sexo ni drogas —le advertí. Al contrario.
—¿Entonces qué tan malo es? —Justin intentaba sacar información.
—Tampoco maté a nadie —seguí en mi plan—. Aún así, no voy a decírtelo.
—Entonces deja de hablar en círculos —me pidió— y dime qué diablos te pasa.
—¿Qué mierda tienes tú? —cuestioné yo desconcertada por su actitud—, ¿insistirás así hasta saberlo? Porque no pienso decírtelo.
—¿Sabes qué tengo? —cuestionó sentándose e irrumpiendo en mi campo visual—  Tengo que tus ojos marrones me vuelven loco cada vez que pestañeas, tengo que tu cabello me seduce cada vez que el viento lo atraviesa. Tengo que tus labios me adormecen cuando cantas, tengo que tu voz me acuna cuando la recuerdo a la noche cantando alguna canción —¿qué mierda decía? ¿Estaba loco? Yo creo que sí—. No sé qué tengo, pero siento la necesidad de ayudarte, ___________(tu nombre).
—No soy quién crees que conoces —resumí todo. Estábamos en una posición poco cómoda. Él sentado a mi lado mirándome a la cara, yo acostada en la arena con su cabeza en dirección a la mía en mi frente.
—Entonces quiero conocer quién eres —me sorprendía escucharlo hablar así.
—Olvidas que yo no soy Samanta y tú no eres Rodrigo —él sonrió algo divertido, con una mueca de autosuficiencia, diría yo.
—No te estoy pidiendo acostarme contigo, ___________(tu nombre) —me recordó—. Estoy intentando ser amable contigo, ¿eso está mal? —mal no, pero debía admitir que era muy raro.
—¿Y qué te hizo cambiar tanto de posición, Justin? —le pregunté astutamente, olvidándome por un momento de mí.
—Soy un muchacho común por dentro, ___________(tu nombre) —sus ojos se veían bellísimos—, tampoco soy quién crees conocer —me advirtió, ¿él también escondía algo?—. Tengo sentimientos, aunque te cueste creerlo —él tomó mi mano y la elevó, unas lágrimas se desprendieron rápidamente de mi cara. Había tocado mis cortes.
—No, suelta —le exigí sentándome y fregándome la mano, él me miró raro.
—¿Qué tienes? —me preguntó al ver mis lágrimas.
—Nada, no es nada —dije escondiendo mi mano en mi pecho, me dolía. Él tomó mi mano con delicadeza, estaba débil no podía pelear, la dio vuelta y al levantar la manga se encontró con mis cortes.
—Era esto —me miró con algo de decepción—, creí que eras fuerte —se limitó a decir.
—Ojalá fuera fuerte —deseé en un susurro. Él pasó sus dedos por mis mejillas secando mis lágrimas, esto se tornaba cada vez más raro. Nunca creí que él actuara así.
—No está bien que te cortes —me recordó—. No logras nada haciéndolo.
—Que el dolor sea menos —lo contradije.
—¿Ah sí? —preguntó con ironía— No logras eso, solo logras destruirte y que eso te cause placer quiere decir que necesitas ayuda, porque vas a terminar por suicidarte, ¿lo sabes, verdad?
—¿Ayuda? —cuestioné esta vez yo con ironía—, ¿quién iría a ayudarme? Si simplemente nadie me entiende.
—¿Y cómo esperas que entiendan si no abres lo que sientes? Debes soltar todo eso que te hace mal.
—Sé sincero —le exigí—, ¿estarías dispuesto a ayudarme? —sus ojos me miraron con un brillo al cuál no describiría como lástima, sino como ternura.
—Sí.
—¿Qué? —su respuesta no era la que yo esperaba.
—Dije que sí —volvió a decir con seguridad—. Pero primero cuéntame, ¿por qué lo haces?
—No soy lo suficientemente buena —claro que no lo era—. Soy una farsa en mi totalidad. Todo comenzó con el jodido Bullying.
—¿Sufres Bullying? —preguntó algo desconcertado.
—Lo sufría —claro, ahora nadie me acostaba porque me tenían miedo, de algún modo—. Me tiraban dentro de los botes de basura del colegio, se reían porque tenía buenas curvas —me refería a ser algo más gordita de lo que debía—. Se reían de mis dientes, se reían de mi cabello. Me hacían burla, inventaban chismes de mí para que nadie me quisiera. Estaba totalmente sola en ese puto colegio —literalmente—. Hasta que cuando tenía 15 tomé la iniciativa de cambiar. Me corté el cabello, tan corto como un barón, corté mis jeans y me puse una blusa que tenía la inscripción de: “Fuck you”. Esa era quien realmente era, no la fresita que intentaba ser para caerles bien. Me maquillé casi como lo hago ahora y fui al colegio de ese modo.
—¿Por qué intentabas ser alguien más? —me interrumpió.
—Para agradarles —dije con los ojos llenos de lágrimas y mirando las olas azotarse con furia en las piedras—. Ese día todos me miraban asombrados, más de una de las rockeras me habló, pero no intenté ser de ellas, porque no era de ellas. Pocas semanas después conseguí la beca en el colegio de artes y me cambié de colegio. Allí nadie más intentó hacerme Bullying.
—¿Y por eso te cortas?
—No lo sé, supongo que también es la abstinencia —sus ojos me miraron asombrados—. Sí, me drogué un par de meses.
—¿Hace cuánto? —cuestionó.
—Dos años —sí, cuando tenía 15.
—¿Lo sigues haciendo? —negué orgullosa con mi cabeza.
—Casi sufrí una sobredosis, no quiero volver a ver drogas en mi vida —le respondí.
—¿Nunca has buscado ayuda, ___________(tu nombre)? —Justin estaba tan distinto hoy, que podía creer que no era él.
—No —respondí en voz baja— y cuando intenté hacerlo mis padres me quisieron internar.
—¿Internarte? —cuestionó algo sorprendido.
—¿Por qué crees que ellos me tratan como lo hacen? —respondí a modo de pregunta— Pues, ellos creen que soy un adefesio raro, cuando simplemente intento superarlo todo.
—No creí que fuera así —confesó Justin—, creí que simplemente eras rebelde.
—Ojalá solo hubiera sido así —sonreí melancólicamente—, pero la vida sigue y tengo que seguir viviendo —comenté poniéndome de pie. Él hizo lo mismo, pero me rodeó con un brazo por la cintura, previniéndose a que yo escaparía de allí.
—Déjame ayudarte —me pidió.
—No eres el indicado, Sam no tiene que saber de esto y mucho menos Rodrigo, no se puede Justin —tampoco quería crear lazos con él.
—Por favor, tú no sabes si soy o no el indicado —era un buen punto, muy cierto—. Déjame ayudarte, por favor. Déjame sacarte del pozo en el que vives, sé que Sam no se opondrá y Rodrigo tampoco tendrá motivos para hacerlo.


No sabía qué responder exactamente. Nunca nadie se había portado así, él no me cuestionó e intentó solo actuar; era lo que necesitaba. Después de todo, las cosas ya estaban hechas y cuestionar era una actitud estúpida, nada iba a resolverse así. Aceptaría la ayuda de Justin.


—Está bien —acepté—. Te dejo que me ayudes —él sonrió levemente.
—Gracias, verás que no soy quién crees que soy —ojalá y no fuera egoísta.
—Gracias a ti —por primera vez en mucho tiempo estaba siendo natural y sincera, sin maltratar a nadie.


Sentí un choque eléctrico cuando sus brazos me estrecharon. Era más alto que yo, definitivamente, mi cabeza quedó en su pecho y su nariz sobre mi cabello, tenía unos brazos bronceados y cálidos, musculosos y largos. Llegaba a rodearme con facilidad; bueno, no era tan difícil hacerlo dado a que era muy delgada. Olía a perfume, dulce y varonil. Sí, Justin Bieber estaba abrazándome.

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