jueves, 30 de enero de 2014

Capítulo 31°: "Te amo y no te dejaré sola".




—Quiero estar sola —le indiqué entre lágrimas—. Váyase, por favor —le pedí.
—Necesitamos hacer más estudios…
—¡Hágalos mañana! —grité impaciente— ¡Váyase! No quiero ver a nadie. No permita que entre gente, ni siquiera mis padres, ¿vale? —él asintió acercándose a la puerta.
—Si necesita algo solo llame a la enfermera con el timbre de allí —señaló hacia mi cama. Ni siquiera me preocupé en ver.



Él desapareció detrás de la puerta, pero sus palabras y su voz rondaban en mi cabeza con la peor noticia que le podían dar a una persona en todo el universo. Tenía cáncer.

Perdí la noción del tiempo y lo último que me interesaba era ver a alguien. Deduje que era más de media noche, estaba recostada en la incómoda camilla de la sala de urgencias. Una enfermera me pidió paciencia, al día siguiente me trasladarían a una habitación con televisión y una cama más mullida. Pasaría mucho tiempo de ahora en más allí.

No había parado de llorar por horas. Me sentía destruida, temerosa, el peso del mundo acrecentaba en mis hombros. No tenía fe, no encontraba fuerzas, simplemente pensaba en la posibilidad de que podía morir. Estaba cansada, poco a poco caí en un profundo sueño.






Batiendo mis pestañas, sentí la presencia de alguien, volteé hacia la silla al costado de mi cama y me encontré con la perfecta figura de Justin dormido incómodamente en las sillas. Las lágrimas brotaron rápidamente de mis ojos, ¡no era justo! Miré la hora y eran las 02:00 a.m. Solo había dormido un poco más de una hora y estaba peor que antes de hacerlo. Sollocé viéndolo allí.



—Nena —exclamó él sentándose rápidamente—, estás despierta.
—¿Qué haces aquí? —pregunté secamente enjuagando mis lágrimas.
—Yo vine a…
—Le dije al médico que no dejara entrar a nadie —protesté—, quería estar sola.
—No te dejaré sola —me informó severamente él acercándose a mí—. Vine a sostenerte, porque no te dejaré caer.
—Deberías ir a dormir —le sugerí frívolamente—. Es tarde. Debes estar cans…
—¡No! —exclamó— No intentes hacerte esto, no.
—No hago nada —mentí. Quería alejarlo, no podía estar con él si no estaba bien. No quería su lastima.
—No, sí lo haces —su mano tomó la mía haciéndome sentir que él estaba helado—. Quieres alejarme, quieres sufrir sola y no voy a permitirlo, ¿sabes? Será en vano que lo intentes —se encogió de hombros—. Cuando Caitlin llamó no dudé en venir y mamá tampoco —él secó mis lágrimas suavemente—. No te dejaré sola en esta lucha.
—No quiero ser “la novia con cáncer de Justin Bieber” —confesé—. No he pensado mucho en ello, pero no quiero la lástima de la prensa.
—La prensa al demonio —soltó rápidamente—. Ellos que hablen de lo que quieran, lo importante ahora es que vas a salir bien de esto, ¿vale? Verás que pronto estarás bien —admiraba su positividad, pero las posibilidades eran pocas.
—No necesito que me mientas —murmuré, sus ojos miel me miraron con dolor—. Estaré encerrada aquí quién sabe por cuánto tiempo. No podré montar por meses y solo seré la chica calva para quienes me vean. La chica que tiene cáncer —las lágrimas bajaron por las mejillas de Justin—. Es mi obligación sufrirlo, pero no quiero que tú lo hagas, Justin.
—¿Hacer qué demonios, ___________(tu nombre)? ¿Hacer qué? —cuestionó él desesperado en un hilo de voz.
—Verme morir —solté en un sollozo. Sus brazos no dudaron en apretarme contra él mientras, esta vez, él sollozaba en mi pecho.
—No, no —negó con su cabeza—. No te dejaré ir. Claro que no —él se separó y enmarcó mi cara entre sus manos—. Lo único que quiero es verte bien, ¿vale? Quiero que estés bien. Vas a estar bien.
—¿Por qué a mí, Justin? —pregunté buscando sosegar mi mente de tantas preguntas estúpidas— ¿Por qué yo tengo que estar en esta situación?
—No lo sé, nena —él limpió mis lágrimas nuevamente—. No lo sé. Lo que sí sé es que eres fuerte. Vamos a salir de esto, ¿sí? Vamos a hacerlo.
—No, Justin —me negué nuevamente—. No te ates a mí. No ahora. Tienes tu vida, tu carrera. No quiero que estés aquí, preocupado.
—¿Crees que podría hacerlo? —él negó sonriendo amargamente— No podría dejarte, claro que no. No lo haré. Así que acostúmbrate a verme, ¿vale? Porque te ayudaré en esta lucha.



Por mucho que le rogué a Justin que se fuera a casa, él solo no me hizo caso. Se quedó allí toda la noche. Casi a las 07:00 a.m., me llevaron a hacerme más y más análisis. Mis brazos comenzaban a llenarse de moretones gracias a las agujas, no hacía siquiera un día de toda la mierda que me estaba tocando pasar y ya estaba cansada, ¿cómo podría soportarlo más? Al regresarme a mi habitación mi familia estaba allí.



—Nena —exclamó mamá mientras me escabullía de ella para sentarme al borde de la cama.
—¿Estás bien? —asentí en forma de respuesta a Sally.
—Deben ir a casa —sentencié—. Tienes colegio —miré a Sally—. Y ustedes deben trabajar —ellos se quedaron viéndome raro.
—No nos iremos —habló Sally—. No te dejaremos sola.
—No estoy sola —aclaré—. Las enfermeras y los médicos están aquí —me pregunté dónde estaba Justin.
—Justin está fuera —respondió papá mi pensamiento—. Él no quiere moverse de aquí, Caitlin tampoco.
—No necesito todo esto, es enserio —hablé nuevamente—. Pasaré aquí mucho tiempo y sus vidas continúan allí fuera. Deben ir a hacer sus cosas. Pónganme en segundo lugar.
—No haremos eso —sentenció mamá—. Estás enferma y vamos a…
—¡No verán como camino lentamente a la muerte! —grité desesperada— Solo hagan lo suyo —les repetí acomodándome mi bata celeste—. Cuando regresen tráiganme mi celular y mi ordenador portátil, nada más. Estaré bien.



Me costó trabajo hacerlos entender que estaría bien y que realmente no podían abandonarlo todo por mí. Ahora me quedaba Justin, nuevamente. Él entró sonriéndome a la habitación, aún así el dolor se veía en sus ojos.



—Creí que me habías hecho caso —fruncí el ceño sacudiendo mis pies mientras rozaban el suelo. Estaba sentada al borde de la cama.
—Sabes que no me iré —me advirtió.
—Estaré meses aquí —quizás dos o tres—, ¿vas a vivir aquí fuera? —carraspeé— Y no digas que sí, porque no puedes. Tienes trabajo por hacer.
—¿Siempre vamos a discutir por esto? —preguntó ceñudo— No seas terca, ¿quieres?
—¿Y tú qué harás? —le pregunté— ¿Mudarte a Canadá, empujar mi silla después de las quimioterapias? ¿Entrar al baño a sostenerme el cabello, hasta que quede malditamente calva, cada vez que la jodida quimio me haga vomitar? —él se quedó viéndome fijo.
—Sí, eso haré —suspiré frustrada—. Lo haré, ¿sabes por qué? Porque te amo y no te dejaré sola.
—Has dicho que…
—Sí, he dicho que te amo —habló con seguridad—, porque lo hago. Porque cuando supe que estabas aquí mi corazón dejó de latir, porque necesito verte y saber que estás bien. Porque no soportaría perderte o alejarme de ti. Necesito verte bien, feliz, saludable. Te amo y lucharé para que salgas de esto, ¿entiendes? Te amo.
—Y cargarás con una chica que tiene una horrible enfermedad —susurré cabizbajo. Él tomó mi mentón para alzarlo y hacerme encontrar con su rostro cerca del mío.
—Con una chica que será una luchadora y saldrá de esta situación, ¿entiendes? —cambió la descripción.
—Te amo —murmuré—. Te amo.
—También te amo —repitió y besó mis labios castamente—. Ahora no quiero oírte decirme más que me vaya, ¿vale? Veré la forma de trabajar desde Canadá, vendré todos los días a estar contigo.
—¿Señorita ___________(tu apellido)? —miré por detrás de Justin y en la puerta una joven enfermera me sonrió adentrándose— Venimos a informarle que mañana por la mañana será llevada a cabo su cirugía.
—Gracias —sonreí tenuemente, asustada.
—Si necesita algo, no dude en llamar —murmuró deslizándose hacia fuera otra vez.
—Saldrá todo bien —Justin apretó mi mano y busqué su reconfortante mirada otra vez.



Las cosas iban demasiado rápido, todo pasaba como si la película estuviera puesta sin la intención de pausarse hasta llegar al final. Bueno o malo, el final. Las opciones eran infinitas y por mayoría ganaban las malas. Las buenas eran pocas y deseadas a más no poder por mí y mi entorno, pero no podía dejar de pensar que alguna de las malas sería la que rigiera en mi vida después de la cirugía.



—Tengo miedo —solté después de unos segundos. Justin estaba sentado a mi lado en la cama—. Tengo miedo a qué pueda pasar. Sé que todos pensamos en que saldrá bien, que me repondré en unos meses y que volveré a ser la misma, pero… ¿si no es así? —él guardó silencio.
—Una vez conocí a una niña pequeña —comenzó a contarme—, se llamó Avalanna, ella sufría cáncer, solo que su enfermedad era terminal, no había forma de salvarla. Ella era Belieber, su sueño era casarse conmigo —sonrió melancólicamente perdiendo su mirada quién sabe dónde—. Fui a visitarla, pasé mucho tiempo con ella, fue OLLG en uno de mis conciertos y realmente me esforcé por hacerla lo más feliz que pudiera en el indefinido tiempo que le quedara de vida.
—¿Y qué pasó? —pregunté curiosamente, él me sonrió melancólicamente mirándome nuevamente.
—Ella se fue —sus ojos estaban húmedos—. A ella le devolvieron sus alas y se fue al cielo. Sé que es difícil, es una lucha día a día. Pero tienes una ventaja, lo tuyo puede curarse. Por eso mismo haré todo por verte salir de esto, nena.
—No será normal, Justin —le recordé—. La enfermera dijo que vendría a explicarme cómo serían las cosas después. Pero, puedo imaginarlo. Después de la cirugía, tendré que reponerme en una o dos semanas, luego me llevarán a la parte de recuperación, de allí deberé ir a diario a las sesiones de quimio que me toquen. Será tan difícil —agaché mi cabeza queriendo evitar mis lágrimas caer, pero fue en vano.
—¿Necesitas que te lo diga un millón de veces? Porque si es así, acláramelo, vale. Para que me prepare psicológicamente —suspiró—. Estoy aquí, no me voy a ningún lado. Voy a apoyarte, vas a salir.



Me llevaron a lo que sería desde ese momento hasta quién sabe cuando mi habitación. No era genial, ni alegre. Tenía una linda cama de plaza y media, un televisor frente, un pequeño baño propio y una mesa de noche con un velador. Un timbre hacia un lado de la cama y toda clase de cosas para hacer una internación. Analicé mis brazos, tenían pequeños moretones de los lugares que me habían sacado sangre, me cuestioné cuántos más estarían allí. Había logrado que Justin fuera con Pattie al hotel para dormir un poco y almorzar. Él estaba agotado. Mamá llamó diciéndome que iría sobre las 03:00 p.m., cuando buscara a Sally del colegio. Me pregunté si ella habría hablado con ellos y era obvio que no. Sería difícil hacerlo ahora que yo me llevaba toda la atención.

Sentí una punzada en mi costado izquierdo, retorciéndome en mi cama me quedé quieta unos segundos cuando la puerta se abrió y la joven enfermera que esa misma mañana me visitó para avisarme de mi cirugía entró.



—Dejarán de aparecer después de la cirugía —me aseguró como si hubiese leído mi rostro—. Mi nombre es Alba, vendré seguido —me sonrió levemente.
—Supongo que conoces mi nombre —hablé sentándome en la cama cuando el dolor desaparecía de a poco.
—¿Qué tal estás, ___________(tu nombre)? —ella se dirigió hacia el baño y volvió con una tableta de pastillas.
—Bueno, supongo que empeoro de a poco —me encogí de hombros—. Y sí, realmente, no es fácil adaptarme a la idea de que tengo cáncer —ella elevó sus ojos cafés oscuros para mirarme dulcemente.
—Nena, sé que no es fácil y que seguramente es difícil estar en tu lugar —ella dejó la tableta en la mesa de noche y se sentó en una de las sillas como para establecer una charla—. Sin embargo, la medicina avanzó mucho y, gracias al cielo, eres de los casos cancerígenos que sí pueden curarse. No sé si el doctor Miller ha hablado contigo.
—No, no lo hizo —me apresuré a decirle.
—Bueno, tu caso está agarrado muy a tiempo —¿eso debía tranquilizarme?—. Para tu mucha suerte el tumor es pequeño y no está para nada ramificado. Cuando antes se haga la cirugía, podrás curarte. Quizás te lleve uno o dos meses, dadas que las quimios determinarán el tiempo. Depende como de rápido maten las células cancerígenas y cómo tu cuerpo obedezca, pronto volverás a estar en casa —tenía mis ojos clavados en ella casi implorándole seguridad.
—Ya nada será igual, ¿no? —ella me miró curiosa— Deberé tener mucho cuidado con mi vida después, ¿verdad?
—No podrás beber alcohol y deberás tener cuidado con tus comidas —me sonrió dulcemente—. Nada que no pueda solucionarse con una dieta balanceada. Enserio, no pienses mucho más de lo que es. Quienes te quieren se preocupan y les hace mal verte a ti mal. Saldrás adelante —repitió.
—Gracias, Alba —sonreí levemente, después de mucho tiempo de no hacerlo—. Me agradas.
—También tú a mí —me aseguró poniéndose de pie—. Debo regresar al trabajo, ¿quieres algo?
—No, gracias —murmuré.
—Enseguida traerán tu almuerzo —efectivamente, ya era el medio día—. Si quieres salir a caminar un poco por los pasillos, nadie te dirá nada. Solo no creo que sea demasiado entretenido —me sonrió divertida.
—No te preocupes —le pedí—. Estaré bien. Gracias.
—Te veo pronto, pequeña —ella desapareció a través de la puerta.



Después de almorzar me puse mis pantuflas, las cuales mamá se había encargado de buscar la noche anterior desde casa, en conjunto con algunos libros, mi cepillo de cabello y mi cepillo de dientes, bajé de la cama y me dirigí hacia afuera. Cerré la puerta detrás de mí encontrándome parada en un enorme pasillo blanco de paredes pintadas hasta la mitad del típico celeste hospitalario.

El pasillo estaba desolado, quizás porque estaba en la zona de internación, todos estaban en sus respectivas habitaciones. De repente llegué a una empalmada del pasillo con otro que corría horizontalmente al mismo. Un muchacho moviendo con la fuerza de sus brazos haciendo rodar las ruedas de una silla de ruedas se topó conmigo mientras los dos mutuamente nos irrumpíamos el camino.

Vestía la típica bata azul del hospital. Sus ojos eran azules y profundos, perdidos en la frialdad, en el olvido, en el rencor contra nada en especial. Su boca presionada en una firme línea, sus labios rosados a penas, signo de la debilidad de su cuerpo. Él estaba calvo, rápidamente deduje que él era víctima de cáncer y que estaba pasando por algo que yo pasaría en poco tiempo. Sus brazos estaban llenos de moretones y tenía una intravenosa que goteaba a una velocidad desesperante pasándole suero. Me pregunté fugazmente cuál era su enfermedad. Sus ojos se clavaron en mí como cuchillos tirados a la velocidad de la luz, directo a matar.



—Hola —murmuré y sonreí levemente, casi inconscientemente me encontraba mirándolo con lástima.
—Hola —su voz se oyó frívola, distante y sus ojos no se inmutaron.
—Soy ___________(tu nombre), soy nueva aquí —él asintió sin cambiar su semblante.

—Sí, lo sé —él no cambiaba su plan—. Soy Tucker. 

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